Un Viaje de Amistad
Había una vez, en una pequeña granja en las afueras de un pueblo de Argentina, un burro llamado Bruno y una mula llamada Mía. Bruno era un burro muy curioso y con un espíritu aventurero, mientras que Mía, más serena y observadora, prefería pasar su tiempo descansando bajo la sombra de un árbol.
Un día, mientras Bruno estaba explorando el prado, encontró una vieja brújula que brillaba a la luz del sol.
"¡Mira, Mía! Encontré una brújula. ¿No te parece increíble?" - exclamó Bruno, emocionado.
"Sí, Bruno, pero ¿para qué sirve?" - preguntó Mía, con su habitual calma.
"¡Servirá para que podamos tener una aventura y descubrir nuevos lugares!" - dijo Bruno con una sonrisa amplia.
Mía dudaba.
"No sé, Bruno. La granja está bien como está, y me gusta mi siesta."
Pero Bruno siguió insistiendo, y al final Mía aceptó. Juntos planearon su aventura y decidieron partir al día siguiente. Al amanecer, empacaron un poco de comida y se despidieron de los demás animales de la granja. La brújula marcaba el rumbo hacia el bosque que quedaba al este de la granja.
Mientras caminaban, Bruno iba adelante, alegre y ansioso, mientras Mía lo seguía más despacio, disfrutando del paisaje. De repente, encontraron un arroyo que bloqueaba su camino. Bruno, con su energía desbordante, saltó de un lado al otro con facilidad.
"¡Ven, Mía! ¡Es fácil!" - gritó Bruno mientras se balanceaba.
"Bruno, ya sabes que soy más pesada. No quiero caerme. ¿No hay otra forma de cruzar?" - respondió Mía, mirando el agua cristalina con un poco de temor.
Bruno se detuvo y pensó un momento.
"Tal vez haya un tronco que podamos usar para cruzar. Vamos a buscarlo."
Después de un rato de búsqueda, encontraron un tronco que flotaba a la orilla del arroyo. Con cuidado, Mía lo empujó hacia el agua, y juntos crearon un puente.
"¡Mira, Mía! ¡Lo hicimos!" - dijo Bruno, lleno de satisfacción.
"¡Sí! Gracias por ayudarme, Bruno," - contestó Mía, sonriendo y cruzando el tronco con cuidado.
Una vez que cruzaron el arroyo, siguieron explorando el bosque. Allí encontraron un campo lleno de flores coloridas y mariposas que danzaban a su alrededor. Mía comenzó a olvidar su temor y empezó a reírse con Bruno.
"¡Esto es genial! Nunca pensé que el bosque fuera tan hermoso."
De repente, escucharon un sonido extraño. Era un pequeño patito que parecía haber perdido a su mamá.
"¡Ayuda! ¡No puedo encontrar a mi mamá!" - gritó el patito, tembloroso.
Bruno se acercó rápidamente.
"No te preocupes, pequeño. Nosotros te ayudaremos a encontrarla. ¿La has visto por aquí?" - preguntó.
"Sí, estaba nadando en el lago, pero me distraje con las flores y ahora no sé volver," - contestó el patito.
Mía miró a Bruno y dijo:
"Quizás deberíamos llevarlo hasta el lago. ¿Qué te parece, Bruno?"
Bruno sonrió, y juntos caminaron hacia el lago, con el patito siguiendo alegremente. Cuando llegaron al lago, vieron a la mamá pata nadando.
"¡Mira! ¡Ahí está mi mamá!" - gritó el patito, saltando de alegría.
La mamá pata se acercó y, al verlo, le dijo:
"¡Menos mal que te encontré, pequeño! Gracias, amigos, por ayudar a mi patito."
Mía y Bruno sonrieron, sintiéndose orgullosos de lo que habían hecho.
"Fue un placer, es lo que amigos hacen," - respondió Bruno, mientras Mía asentía con la cabeza.
Al caer la tarde, Bruno y Mía decidieron que era hora de volver a la granja.
"Fue un gran día, Mía. ¿Te diste cuenta de que juntos podemos lograr grandes cosas?" - preguntó Bruno mientras caminaban.
"Sí, Bruno. Hoy aprendí que las aventuras son más divertidas cuando las compartimos. Y a veces, ayudar a otros es lo mejor de todo" - respondió Mía.
Desde aquel día, Mía no dudó en acompañar a Bruno en sus aventuras, sabiendo que juntos podían superar cualquier obstáculo. Y así, la amistad entre el burro y la mula se hizo más fuerte y colorida, como las flores del bosque que habían descubierto juntos.
Y así, en cada aventura, aprendieron nuevas lecciones sobre el compañerismo, la valentía y la importancia de ayudar a otros, convirtiéndose en un gran equipo en la granja y más allá.
FIN.