Un Viaje de Amistad



Había una vez un niño llamado Matías que vivía en La Serena, un lugar lleno de flores y colores. A sus 7 años, Matías tenía una gran curiosidad por el mundo que lo rodeaba. Todos los días, al despertar, él se asomaba por la ventana de su habitación esperando ver a su amiga especial: una pequeña picaflor que él había llamado Mimicita.

Mimicita era el alma de la primavera. Con sus plumas brillantes y sus alegres trinos, nunca fallaba en visitarlo al amanecer.

"¡Hola, Mimicita!" - exclamaba Matías, emocionado cada vez que la veía.

"¡Hola, Matías! Estoy aquí para jugar. ¿Qué haremos hoy?" - contestaba el picaflor, revoloteando cerca de él.

Cada día era una aventura. Juntos exploraban su jardín, buscaban flores diferentes y Matías le contaba a Mimicita sobre sus sueños. Uno de ellos era volar. Siempre miraba al cielo y pensaba cómo sería ver el mundo desde las nubes.

Un bonito día, mientras jugaban, Matías escuchó un rumor sobre una competencia de vuelos de aves que se llevaría a cabo en el parque central de La Serena. La noticia le hizo brillar los ojos.

"¡Mimicita! ¡Debemos ir a la competencia!" - dijo Matías con entusiasmo.

Mimicita, llena de energía, se posó en su hombro.

"¡Sí! Será divertido. Pero recuerda, el vuelo no es solo velocidad, también es disfrutar la libertad."

Matías asintió, emocionado por la idea. Pero había algo en su interior que lo inquietaba. Con cada día que pasaba, veía a aves más grandes y veloces que el pequeño picaflor. Temía que Mimicita no pudiera ganar.

"¿Y si no ganas, Mimicita?" - preguntó Matías con un hilo de voz.

"Lo importante no es ganar. Se trata de disfrutar el vuelo y divertirse. Cada uno tiene su propio ritmo. Y yo volaré con todo mi corazón" - respondió Mimicita, llenando de confianza a Matías.

Finalmente llegó el gran día. Matías y Mimicita asistieron al evento donde aves de todo tipo hacían sus mejores acrobacias. Había halcones, gaviotas, y hasta un loro que hacía trucos increíbles. Matías sentía un nudo en la panza, pero también una emoción inmensa.

Cuando llegó el turno de Mimicita, Matías la miró con ternura. Ella dio un profundo suspiro y voló hacia el cielo. Todos la observaron, encantados con su pequeño y colorido cuerpo danzando entre los arcos de flores que adornaban el parque. Matías aplaudía con toda su fuerza.

"¡Vamos, Mimicita! ¡Sos la mejor!" - gritaba orgulloso.

Pero en medio de su vuelo, una ráfaga de viento sopló con fuerza, haciendo que Mimicita titubeara y casi perdiera el equilibrio. Una sombra pasó velozmente; era un halcón que quería asustarla. Matías sintió que su corazón se detenía.

"¡Cuidado, Mimicita!" - exclamó, mientras su amigo picaflor se recuperaba y aleteaba con más fuerza.

No solo se levantó, sino que comenzó a hacer piruetas en el aire, como si estuviera danzando. Matías vio cómo sus pequeños movimientos hipnotizaban al público, que aplaudía con entusiasmo. Mimicita atravesó el arco de flores con gracia, aterrizando en el centro del escenario.

Las risas y aplausos resonaron en el aire. Aunque no ganó el primer lugar, Matías supo que había ganado algo mucho más importante: la felicidad y el orgullo de su amiga.

"¡Mimicita, fuiste increíble!" - dijo Matías abrazándola.

"¡Lo mejor fue disfrutar el vuelo contigo!" - respondió Mimicita, brillando con alegría.

Desde ese día, Matías y Mimicita supieron que la verdadera victoria estaba en disfrutar juntos cada momento, en aprender algo nuevo y en celebrar la amistad. Las competencias, como el vuelo, son solo una parte de lo que realmente importa.

Juntos continuaron explorando, aprendiendo y disfrutando de su especial amistad, recordando que cada día trae la posibilidad de nuevas aventuras. Y así, en La Serena, un niño y su picaflor dejaron una huella de inspiración para todos los que los conocían.

FIN.

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