Un Viaje de Autoconocimiento



Había una vez en un pequeño pueblo llamado Sonrisas, una niña llamada Valentina. Era una niña feliz, llena de energía y sueños, que disfrutaba jugar con sus amigas y explorar el mundo. Sin embargo, había algo que la hacía sentir un poco vergonzosa: no sabía qué hacer cuando comenzaba su menstruación.

Una mañana, mientras caminaba hacia la escuela con sus amigas, Valentina sintió ese famoso dolor en su vientre, justo cuando se estaba divirtiendo contando historias de sus aventuras. Ella trató de ignorarlo, porque había prometido a sus amigas que jugarían en el recreo al juego de las escondidas. No quería perderse la diversión.

-Eh, Valen, ¿estás bien? -preguntó su amiga Sofía, al notar que Valentina se puso pálida.

-Sí, todo bien. Solo estoy un poco cansada -respondió Valentina, intentando disimular su incomodidad.

Unos minutos pasan y Valentina también comenzó a sentir la presión en su vientre, como si quisiera ir al baño. Intentó aguantar tantas ganas como pudo, pero el dolor se intensificaba. En medio de las risas y los juegos, la pequeña comenzaba a sentirse más y más incómoda.

-¿No podemos ir a jugar a la casa de Sofi? -preguntó Lía, otra de sus amigas.

-Sí, sí, quiero jugar ahí -dijo Valentina, aunque en realidad tenía una solo una cosa en mente.

Al llegar a la casa de Sofía, Valentina estaba realmente en apuros. No quería dejar de jugar y tampoco quería preocupar a sus amigas con su problema. Así que decidió aguantar un poco más, convencida de que la sensación pasaría. Sin embargo, así no fue.

-de repente, Valentina empezó a sentir un dolor tan intenso que ya no pudo más.

-Chicas, tengo que ir al baño -anunció mientras se sonrojaba fuertemente.

-¿Todo bien, Vali? -preguntó Sofía con preocupación.

-Sí, solo que... necesito un momento a solas -dijo Valentina, deseando que se entendieran sus palabras.

Corrió hacia el baño de Sofía, sintiendo la angustia de que sus amigas se pudieran reír de ella o no entendieran lo que le pasaba. Allí, se dio cuenta que no era solo el dolor, sino también el miedo a lo que su cuerpo estaba experimentando.

En aquel momento, Valentina encontró en su habitación, de manera inesperada, una caja que había dejado su mamá: “Cosas de mujeres”. Abrió la caja y encontró libros sobre menstruación, compresas, y una carta de su mamá que decía: "Querida Valentina, esto que sientes es normal. Todas las mujeres pasan por esto. No hay nada de qué avergonzarse."

Lea y le hizo sentir que no estaba sola. Respiró hondo, y antes de salir del baño se dijo a sí misma: "No hay por qué tener vergüenza. Esto forma parte de ser mujer, y apoyar a mis amigas es lo más importante."

Al salir, sus amigas la estaban esperando con preocupación.

-¿Todo bien, Valen? -preguntó Sofía de nuevo, mientras la miraba fijamente.

-Peor. Estoy teniendo mi menstruación, me duele un poco y no sabía si contarles -dijo Valentina, con un poco de miedo.

-Pero Valen, ¡está bien que nos lo digas! -dijo Lía con una sonrisa. -Es algo natural de crecer. Nosotras también estamos aquí para ayudarnos entre todas. ¡El dolor va a pasar!

Valentina sintió que una gran carga saltaba de sus hombros. Todas se sentaron juntas y Valentina les habló sobre ese momento tan vergonzoso y el dolor que estaba sintiendo. Aprendieron sobre menstruación, sobre cómo cuidar sus cuerpos y sobre no tener miedo de hablar de lo que les sucedía.

Esa tarde las amigas decidieron hacer una fogata en el patio de casa. Mientras compartían risas y anécdotas, Valentina ya no se sentía sola ni avergonzada. Ellas compartieron sus experiencias y aprendieron una valiosa lección, que en la amistad, todo se puede hablar y compartir.

Sin embargo, esa noche fue un poco dura para Valentina ya que el dolor persistía y no podía dormir. Lloró silenciosamente en su almohada, y se sintió triste. Pero al día siguiente, fue al cole con sus amigas que la apoyaron y se sintió más fuerte cada día.

A partir de ese día, Valentina aprendió a escuchar su cuerpo. A pesar de que a veces el dolor venía, ya no pasaba vergüenza y sabía que podía contar con sus amigas. Así, en un giro inesperado de su historia, creó un bonito lazo entre ellas.

Valentina aprendió que, aunque en el camino hay momentos tristes y dolorosos, siempre habrá un espacio para brillar cuando se tiene buena compañía. De esta manera, el final de su historia se volvió medio feliz, porque aunque la menstruación es algo que puede ser incómodo, ahora sabe que no tiene por qué ser un tema de vergüenza. Es parte de crecer, formar parte de algo maravilloso: la hermandad entre mujeres.

Y así, Valentina y sus amigas continuaron creando su propia historia llena de aventuras, apoyándose mutuamente en cada capítulo.

FIN.

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