Un Viaje de Colores



En una remota isla llamada Esmeralda, habitaban seres muy particulares: una abeja y una iguana roja. La abeja, llamada Zafiro, brillaba con tonos verdes brillantes, mientras que la iguana, Rubí, destacaba por su vibrante color rojo.

Un día, un extraño suceso sacudió lo tranquilo de la isla. El cielo comenzó a tornarse de un color gris oscuro y una densa niebla cubrió todos los rincones de Esmeralda.

"¿Qué está pasando, Zafiro?" - preguntó Rubí, mientras observaba la transformación del paisaje.

"No lo sé, Rubí. Pero no me gusta nada. Creo que debemos averiguarlo" - respondió Zafiro, con sus alas vibrantes palpitando de preocupación.

Las dos amigas decidieron volar juntas en busca de respuestas. Mientras exploraban, notaron que todos los demás habitantes de la isla estaban apagados, y los colores vibrantes que usualmente los rodeaban se desvanecían.

"Mirá, Rubí. Vos, como iguana roja, podés hablar con los animales del suelo. Tal vez ellos sepan algo" - sugirió Zafiro.

"¡Buena idea! Voy a hablar con el conejo azul de la pradera" - anunció Rubí con determinación mientras corría hacia la pradera.

Al llegar, Rubí encontró al conejo.

"Conejo, ¿cuál es el origen de esta niebla?" - le preguntó, con su voz amable.

"Dicen que el Árbol de los Colores está enfermo. Sin su luz, la isla se está volviendo gris. Pero solo los que conocen el camino pueden ayudarlo" - explicó el conejo, preocupado.

Rubí volvió rápidamente con Zafiro y le contó lo que había descubierto.

"¿Un árbol? Eso suena a una misión importante. ¿Sabemos cómo llegar?" - dijo Zafiro, sus alas vibrando con emoción.

"El conejo me dio un mapa. Debemos seguir el arroyo hasta la Gran Montaña y luego escalar hasta la cima" - añadió Rubí, mostrando el mapa.

Las amigas se pusieron en marcha, enfrentando desvíos, riachuelos y un frondoso bosque. Por el camino, se toparon con una tortuga sabia.

"¿Adónde van, pequeñas?" - preguntó la tortuga sonriendo.

"Vamos a ayudar al Árbol de los Colores, pero el camino es largo y difícil" - explicó Zafiro.

"Ah, pero no se olviden de usar su ingenio. Cada pigüi tiene algo que aportar. Formando equipo, todo es posible" - les aconsejó la tortuga.

Zafiro y Rubí siguieron adelante, fortificadas por las palabras de la tortuga. Pasaron por puentes de flores y praderas llenas de colores. Finalmente, llegaron al pie de la Gran Montaña.

"¡Mirá lo alto que es! ¿Cómo vamos a subir?" - se lamentó Rubí al ver la imponente altura.

"Recuerda lo que la tortuga dijo. Tal vez haya un camino secreto" - sugirió Zafiro, levantando el vuelo.

Y así fue. Después de explorar un poco, Zafiro descubrió un sendero escondido entre las rocas que los llevó hasta la cima. Pero al llegar, encontraron el Árbol de los Colores triste y marchito.

"¡Hola, Árbol de los Colores! ¿Qué te pasa?" - preguntó Zafiro.

"He perdido mi esencia, mis colores. Solo puedo brillar cuando el cariño de la isla me rodea" - dijo el árbol, su voz suave como una melodía.

Rubí se puso a pensar.

"Tal vez si todos los habitantes de la isla vienen y le cuentan algo bonito, pueda recuperar su brillo" - propuso.

"¡Eso es!" - exclamó Zafiro, emocionada.

Las dos decidieron volar por toda Esmeralda, invitando a cada ser a unirse a ellas en la cima de la montaña. Con el apoyo entusiasta de la tortuga, el conejo, y todos los demás animales, llegaron al Árbol de los Colores.

Uno a uno, comenzaron a contar historias de amistad, amor y alegría. Los relatos llenaron el aire y, poco a poco, el árbol comenzó a recuperar su color.

"¡Mirá, Rubí! Está funcionando!" - gritó Zafiro emocionada al ver cómo el árbol empezaba a brillar nuevamente.

"¡Sí! Lo logramos!" - respondió Rubí, saltando de alegría.

Finalmente, el Árbol de los Colores se llenó de tonalidades brillantes, y su luz se extendió por toda la isla, disipando la niebla gris.

"¡Gracias, valientes amigas!" - exclamó el árbol.

"Nunca olviden que cuando todos colaboran unidos, los problemas se pueden resolver".

Zafiro y Rubí sonrieron, sabiendo que con su amistad y trabajo en equipo habían salvado su hogar. Desde ese día, Esmeralda brilló más que nunca, y su mensaje de unión y colaboración se convirtió en el legado que compartirían con futuras generaciones.

FIN.

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