Un Viaje de Esperanza



Era un día nublado en la ciudad de Buenos Aires. María, una niña de ocho años, se asomaba por la ventana de su habitación, mirando cómo las gotas de lluvia caían sin parar. A medida que se acercaba su cumpleaños, la tristeza en su corazón se hacía más pesada. Su papá no vivía con ella, y la distancia hacía que en días como ese se sintiera aún más sola.

María suspiró y pensó en lo mucho que deseaba verlo. Se decía a sí misma:

- ¡Quiero que papá esté aquí! Es mi cumpleaños y quiero celebrarlo con él.

Aunque sabía que su papá vivía en otra ciudad, su deseo de compartir ese día con él no disminuía. Decidida a hacerlo, decidió hablar con su mamá.

- Mamá, ¿podremos ir a ver a papá para mi cumpleaños?

La mamá de María se agachó y la miró a los ojos.

- Mi amor, entiendo cuánto deseas que papá esté contigo. Pero no podemos ir a verlo hoy. La lluvia no nos dejará viajar.

María se sintió decepcionada, pero en su corazón aún había un pequeño rayo de esperanza. Decidió que haría algo especial para sentirse más cerca de su papá, aunque no pudiera verlo. Así que se puso a trabajar en un regalo.

Comenzó a hacer una tarjeta llena de colores:

- ¡Voy a decorarla con todo lo que más le gusta a papá! - dijo, emocionada.

Mientras María pintaba y escribía en su tarjeta, la tristeza de su corazón comenzó a desvanecerse un poco. La lluvia seguía cayendo, pero ella ya no la escuchaba. Solo pensaba en su papá.

Cuando terminó la tarjeta, la colocó en una caja con algunas de sus galletitas favoritas. Con una sonrisa, la guardó y decidió que al día siguiente iría al parque, donde siempre solían jugar juntos cuando él la visitaba. Tal vez el parque la ayudaría a sentirse más cerca de él.

Al día siguiente, salió con su caja en la mano y fue al parque. Al llegar, la lluvia había cesado y el sol comenzaba a salir. Mientras caminaba, se encontró con una niña que estaba sola, mirando el columpio.

- Hola, ¿te gustaría jugar? - le preguntó María.

La niña se la quedó mirando y contestó:

- Me llamo Lila, y sí, me gustaría. No tengo amigos aquí.

María invitó a Lila a jugar y, juntas, comenzaron a reír y jugar en el parque. En un momento de pausa, Lila le preguntó:

- ¿Por qué estás tan feliz? -

María, con una sonrisa tierna, le explicó:

- ¡Es mi cumpleaños! Pero no puedo ver a mi papá, así que estoy haciendo algo especial.

El rostro de Lila se iluminó.

- ¡Oh! ¿Podemos celebrar tu cumpleaños juntas? -

María no pudo creerlo. La idea la emocionaba.

- ¡Sí, sería genial! ¡Puedo compartir mis galletitas y mi tarjeta contigo! -

Las dos niñas se sentaron bajo un árbol, abrieron la caja y comenzaron a compartir las galletitas. María le habló a Lila sobre su papá y de cómo jugar los hacía felices a los dos.

- Creo que aunque no esté aquí, siempre lo llevo en mi corazón. ¡Y ahora tengo una nueva amiga para hacerme feliz! - dijo María mientras sonreía.

Cuando el sol comenzó a ponerse, María sintió que su tristeza se había transformado en alegría. La presencia de Lila le había mostrado que incluso en momentos difíciles, el cariño de quienes nos rodean puede iluminar nuestros días.

Juntas decidieron hacer una actividad especial. Escribieron en la tarjeta de María un mensaje que decía:

"¡Feliz cumpleaños! Aunque estoy lejos, siempre estaré contigo. Te quiero hasta la luna y regreso. Tu hija María."

María decidió que pediría a Lila que la acompañara al día siguiente a enviar la tarjeta por correo.

- ¡Hagamos una actividad muy especial para mandar la tarjeta a papá! - sugirió María.

Lila sonrió y asintió. Desde ese día, María entendió que aunque hay momentos en que parece que la tristeza nos envuelve, la amistad y el cariño pueden empujarnos hacia la felicidad. Después de todo, los recuerdos y el amor son la mejor manera de mantener cerca a quienes amamos, sin importar la distancia.

Así, María no solo celebró su cumpleaños, sino que también ganó una amiga que la acompañaría en sus aventuras.

FIN.

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