Un viaje de intercambio cultural



Había una vez en una pequeña isla llamada Isla Alegre, un grupo de alumnado de 5 años muy curioso y aventurero. Siempre jugaban juntos en la playa, construían castillos de arena y corrían por los campos verdes.

Un día, su maestra les trajo una emocionante noticia: iban a intercambiar cartas con alumnado de otros países para contarles sobre sus vidas en la isla y aprender sobre las costumbres y lugares cotidianos de otros lugares del mundo.

Los niños estaban emocionados por esta nueva experiencia. Cada uno escribió una carta contando sobre su escuela cerca del mar, las palmeras altas que rodeaban el patio de recreo y cómo todas las mañanas podían ver delfines saltando en el agua cristalina.

Pronto recibieron respuestas desde diferentes partes del mundo. Una carta venía desde Japón, donde los niños contaban sobre sus templos antiguos y jardines Zen.

Otra carta llegaba desde Australia, donde hablaban sobre los canguros que veían todos los días camino a la escuela. "¡Miren chicos! ¡En esta carta nos cuentan que en Rusia hay osos paseando por las calles!" -exclamó emocionado Martín mientras mostraba la carta a sus amigos.

"¡Qué increíble! Nosotros aquí solo vemos gaviotas volando bajo el sol", respondió Sofía asombrada. Cada carta era como un tesoro lleno de historias fascinantes que ampliaban el horizonte de los niños. Descubrieron que lo habitual para ellos podía ser sorprendente para otros, y viceversa.

Se maravillaron con la diversidad cultural del mundo y se sintieron conectados con niños que vivían tan lejos pero compartían la misma curiosidad e ilusión por aprender.

Con el tiempo, decidieron hacer un proyecto especial: crear un libro con todas las cartas recibidas y agregar dibujos hechos por ellos mismos para representar cada lugar mencionado. Así nació "El Libro de las Maravillas del Mundo", donde plasmaron sus experiencias compartidas con alumnado de distintas culturas.

Al finalizar el año escolar, organizaron una feria cultural donde presentaron su libro a toda la comunidad. Padres, vecinos e incluso turistas quedaron impresionados con la creatividad y el espíritu colaborativo de estos pequeños exploradores.

Y así, aquel grupo de alumnado de 5 años aprendió que no importa cuán lejos estén unos de otros, siempre pueden conectarse a través del intercambio cultural y la amistad sincera. En Isla Alegre, sembraron una semilla de comprensión mutua que florecería en corazones abiertos hacia el mundo entero.

FIN.

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