Un viaje en el tiempo
En un soleado día en Quillacollo, Bolivia, un grupo de trabajadores se encontraba realizando excavaciones para la construcción de una nueva plaza en el centro de la ciudad.
Mientras removían la tierra con sus palas, uno de ellos escuchó un sonido metálico al chocar contra algo duro. - ¡Eh, amigos! ¡Vengan a ver esto! -gritó emocionado mientras todos se acercaban corriendo.
Al limpiar el objeto descubierto, notaron que se trataba de una antigua urna dorada adornada con extraños símbolos y figuras. Sin dudarlo, llamaron a las autoridades locales y pronto arqueólogos expertos llegaron al lugar para investigar el hallazgo.
La urna resultó ser parte de un tesoro arqueológico milenario perteneciente a la cultura Tiwanaku que habitó la región hace siglos. Junto a la urna, encontraron joyas preciosas, utensilios antiguos y hasta fragmentos de cerámica decorada con esmero. - ¡Es increíble! Este tesoro nos podría llevar directamente al pasado de nuestra ciudad -exclamó uno de los arqueólogos emocionado.
Decidieron trasladar todo el tesoro al museo local para su estudio y preservación. Pero lo más sorprendente estaba por suceder esa misma noche.
Mientras los arqueólogos examinaban detenidamente cada pieza del tesoro en el museo, una luz misteriosa comenzó a brillar desde la urna dorada. Poco a poco, una especie de portal temporal se abrió ante sus ojos asombrados.
- ¡Estamos viajando en el tiempo! -gritó uno de los valientes arqueólogos antes de aventurarse dentro del portal junto a sus colegas. Al atravesarlo, se vieron transportados al esplendoroso pasado de Quillacollo durante la época de esplendor Tiwanaku. Las calles estaban llenas de gente vestida con coloridas prendas y las casas eran verdaderas obras maestras arquitectónicas.
Los niños jugaban felices entre risas y canciones tradicionales resonaban en el aire. - ¡Esto es maravilloso! Nunca imaginé que podríamos vivir algo así -susurraba otro arqueólogo emocionado mientras observaba maravillado todo lo que les rodeaba.
Los habitantes del pasado los recibieron con alegría y curiosidad, compartiendo sus conocimientos sobre agricultura, arte y astronomía con los visitantes del futuro.
A cambio, los arqueólogos les mostraron cómo habían conservado su legado a lo largo del tiempo para que las futuras generaciones también pudieran disfrutarlo. Después de pasar unos días inolvidables en el pasado, los arqueólogos supieron que debían regresar a su época antes de que el portal se cerrara definitivamente.
Con lágrimas en los ojos por tener que despedirse de aquel mundo tan fascinante, prometieron seguir protegiendo y estudiando la historia ancestral de Quillacollo para honrar a aquellos valientes antepasados Tiwanaku.
De regreso en el presente, compartieron su increíble experiencia con todos los habitantes del lugar e inspiraron a jóvenes y adultos por igual a cuidar su patrimonio cultural como un tesoro invaluable que conecta su pasado con su futuro.
Y así fue como aquel hallazgo fortuito no solo reveló secretos ancestrales sino también despertó un espíritu colaborativo y protector hacia la historia milenaria de Quillacollo.
FIN.