Un Viaje Hacia la Generosidad
Había una vez en la ciudad de Buenos Aires, un grupo de colectivos que vivían felices y contentos en el gran garaje del barrio. Cada uno tenía su propio número y color, y se llevaban muy bien entre ellos.
Pero había algo que los entristecía: no sabían cómo podían ayudar a las personas que necesitaban transporte. Un día, mientras estaban conversando sobre esto, llegó un colectivo nuevo al garaje.
Era de color celeste brillante y su número era el 37. Los demás colectivos se acercaron curiosos para conocerlo. "¡Hola! ¿Cómo te llamas?", preguntó el colectivo rojo número 23. "Soy Colectivo Celeste 37", respondió con alegría el recién llegado.
Los demás colectivos le dieron la bienvenida y comenzaron a contarle sobre su deseo de ayudar a las personas. Colectivo Celeste 37 escuchaba atentamente y pensaba cómo podría hacerlo. Pasaron los días y Colectivo Celeste 37 seguía sin encontrar la manera de ayudar a las personas.
Estaba triste porque quería ser útil como sus compañeros, pero no sabía qué hacer. Un día, mientras estaba dando vueltas por la ciudad, vio a un niño corriendo desesperado por la calle buscando llegar a tiempo al colegio.
El niño estaba muy angustiado porque veía que el reloj marcaba cada vez más cerca la hora de entrada. Colectivo Celeste 37 tuvo una idea brillante: "¡Puedo llevar al niño al colegio!", pensó emocionado.
Sin perder tiempo, se acercó al niño y le abrió las puertas. El niño subió rápidamente y Colectivo Celeste 37 arrancó a toda velocidad hacia el colegio. "¡Gracias, Colectivo Celeste 37! ¡Eres mi héroe!", exclamó el niño emocionado.
Desde ese día, Colectivo Celeste 37 se convirtió en el colectivo del colegio. Todos los días llevaba y traía a los niños con una sonrisa en su rostro. Los chicos lo adoraban y siempre esperaban ansiosos su llegada.
Pero la historia no termina aquí. Un día, mientras iba de regreso al garaje después de dejar a los niños en sus casas, Colectivo Celeste 37 vio un cartel que decía: "Se busca colectivo para llevar ancianos al centro de jubilados".
"¡Esta es mi oportunidad de ayudar aún más!", pensó emocionado. Colectivo Celeste 37 se ofreció voluntariamente para hacer ese trayecto todos los días. Los ancianos estaban encantados con él y disfrutaban mucho del paseo por la ciudad.
Y así, Colectivo Celeste 37 descubrió que podía ayudar a muchas personas diferentes: niños, ancianos e incluso personas que necesitaban ir al hospital o al trabajo. Se convirtió en el colectivo más querido de la ciudad y todos lo admiraban por su generosidad.
La moraleja de esta historia es que siempre hay formas de ayudar a los demás, solo tenemos que estar atentos a las oportunidades que se presentan.
No importa si somos grandes o pequeños, cada uno puede hacer una diferencia en la vida de alguien. Y así, los colectivos aprendieron que juntos pueden hacer del mundo un lugar mejor.
FIN.