Una Amistad en el Parque
Era una tarde soleada en el parque de la ciudad. Matías, un niño de ocho años, estaba jugando solo en los columpios. De repente, vio a una niña que se acercaba corriendo, con una gran sonrisa en su rostro. Era Lucía, también de ocho años, que había venido a disfrutar de un día al aire libre.
- ¡Hola! - dijo Lucía al llegar. - ¿Te puedo empujar en el columpio?
- ¡Claro! - exclamó Matías emocionado. - Me encanta sentirme como un pájaro volando.
Lucía empezó a empujarlo y juntos reían a medida que Matías se balanceaba más alto.
- ¿Cómo te llamás? - le preguntó Lucía, tratando de no distraerse mientras empujaba.
- Matías - respondió él. - ¿Y vos?
- Soy Lucía. - dijo la niña mientras sonreía - ¿Cuántos años tenés?
- Ocho, como vos. - contestó Matías. - ¿Dónde vivís?
- Vivo cerca de aquí, en un departamento con mis papás y mi perra, Laika. ¿Y vos?
- Yo vivo en una casa con un jardín enorme. - dijo Matías, mientras se balanceaba más alto.
Al terminar, decidieron jugar juntos en el arenero. Allí hicieron un castillo de arena, pero mientras trabajaban, Lucía notó que Matías parecía un poco distraído.
- ¿Todo bien, Matías? - preguntó preocupada.
- Sí, es que... - empezó a decir, - no tengo muchas cosas para jugar en casa.
- Eso no suena divertido. - comentó Lucía. - Yo tengo muchos juguetes. ¿Por qué no venís a casa un día a jugar? ¡Podríamos hacer una fiesta de juegos!
Matías se iluminó. - ¡Eso sería genial! Pero no tengo tanto para invitar.
- No importa, podemos jugar lo que queramos y usar nuestra imaginación. - dijo Lucía con entusiasmo. - Podemos inventar un juego nuevo, ¡como ser exploradores! Vamos a buscar tesoros escondidos en el parque.
A Matías le brillaron los ojos. - ¡Exploradores! Eso suena increíble. Vamos a buscar un mapa.
Los dos decidieron dibujar un mapa en la arena, marcando los lugares donde podrían encontrar —"tesoros" : el gran árbol, el banco azul, y los arbustos cerca del estanque.
Pero mientras buscaban, encontraron un pequeño gato atrapado entre los matorrales.
- ¡Mirá! - gritó Lucía. - ¡Hay un gato!
El gatito tenía un collar rojo y parecía asustado. Matías y Lucía se acercaron lentamente para no asustarlo más.
- Lo tenemos que ayudar. - dijo Matías con determinación.
- Sí, vamos a liberarlo. - respondió Lucía mientras acariciaba al gato con suavidad. - ¿Ves? No es tan peligroso. Hay que ser cuidadosos.
Ambos trabajaron juntos, moviendo las ramas que mantenían al gato atrapado hasta que lograron liberarlo. El gato se puso de pie y se estiró, mirándolos con gratitud.
- ¡Lo logramos! - exclamó Matías.
- ¡Es nuestro tesoro! - dijo Lucía riendo. - Ahora deberíamos buscar un hogar para él o ver si alguien lo está buscando.
Lucía recordó que su vecina siempre le decía que tenía una gata que había perdido. Entonces, fueron a visitar a la vecina, quien emocionada los recibió y se llevó al pequeño gatito.
- ¡Gracias, chicos! - dijo la señora, llorando de alegría. - Siempre me preocupé por él. Esta es la mejor noticia.
Matías y Lucía se miraron con satisfacción. Habían hecho algo bueno juntos.
- ¡Esto se merece una celebración! - propuso Matías. - ¿A tu casa?
- ¡Sí! - dijo Lucía. - Haremos una gran fiesta de juegos para celebrar la amistad y nuestro pequeño héroe.
Y así, con nuevos planes y corazones rebosantes de alegría, los dos amigos siguieron compartiendo un hermoso día en el parque, sintiéndose más unidos que nunca. El mundo a su alrededor se llenó de nuevas posibilidades y aventuras, porque ahora tenían un amigo con quien jugar y compartir.
Desde entonces, Matías y Lucía no solo se divirtieron explorando, sino que también aprendieron la importancia de ayudar a otros y cuidarse mutuamente, valores que llevarían consigo por siempre.
FIN.