una amistad inesperada



En un rincón lejano de la selva argentina, vivía un puma llamado Pumín. Era un felino grandote y ágil, pero también era muy brabucón y vanidoso. Se pasaba el día restregándose la piel brillante al sol, sintiéndose el rey de la selva.

Pumín se divertía burlándose de los otros animales. A los flamencos les decía:

- ¡Miren cómo hacen esos pasos tan torpes! ¡Parecen bailando salsa!

Y a los patos les gritaba:

- ¡Qué feos son! Con esas plumas tan desparejas, parecen un arco iris roto.

Un día, mientras el puma se paseaba con aires de grandeza, escuchó un pequeño chirrido. Era un saltamontes llamado Saltín, que estaba intentando saltar de una hoja a otra. Pumín se rió a carcajadas.

- ¿Pero mirá a este saltamontes? ¡Es tan pequeño y gracioso! ¿Qué podés hacer vos?

- Aunque soy pequeño, puedo saltar muy alto - dijo Saltín, con una sonrisa.

- ¡Ja! No me hagas reír, amigo. ¡Con esas patas, no llegás a la nariz de un loro! - contestó Pumín, rodando de risa.

Pero Saltín no se desanimó. Decidió que era momento de enseñarle una lección al presumido puma.

- Pumín, ¿te gustaría ver una competencia de saltos? - propuso Saltín.

El puma rió todavía más.

- ¿Competir contra un saltamontes? ¡Es una broma! Pero, ¿por qué no? ¡Acepto! - espetó, sintiéndose el gran campeón.

Los demás animales comenzaron a reunirse alrededor, emocionados por el evento. El loro, la tortuga, los flamencos y los patos no se perdían detalle.

- ¡Que empiece la competencia! - gritó el loro.

Primero saltó Saltín. Una, dos… ¡tres veces! Saltó más alto que cualquier árbol cercano.

- ¡Wow, eso fue impresionante! - exclamó la tortuga, que apenas podía alcanzar sus pies.

Luego fue el turno de Pumín. Se puso de pie, sacudió su cola y dijo:

- Mirá lo que soy capaz de hacer.

Saltó con todas sus fuerzas, pero se enredó en unas ramas y cayó de lleno en un charco. ¡Splash!

Todos estallaron en risas, y Pumín, empapado y avergonzado, no pudo evitar sonrojarse.

- ¡Bueno, en realidad no estaba preparado para eso! - intentó justificar, mientras el agua goteaba de su pelaje.

- ¡Pero yo sí estaba preparado! - respondió Saltín, riendo.

A partir de ese día, Pumín aprendió a no subestimar a otros por su apariencia. Poco a poco, comenzó a valorar las diferencias entre los animales.

- Nunca pensé que un pequeño saltamontes podría enseñarme una lección - confesó Pumín.

- A veces, lo que parece pequeño tiene mucho por ofrecer - aseguró Saltín, sonriendo.

Desde entonces, Pumín dejó de hacer burla y se volvió un buen amigo de todos. Los animales aprendieron a trabajar juntos, y el puma nunca volvió a ser vanidoso.

Y así, en la selva, todos vivieron felices, siempre listos para ayudar a un amigo, sin importar su tamaño.

FIN.

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