Una Amistad Inesperada



Había una vez en una granja colorida una gallina llamada Gisela. Gisela era una gallina muy cariñosa y siempre estaba atenta a sus huevos, que eran su tesoro más preciado. Pero en las cercanías de la granja vivía una jarachupa llamada Jara, que era conocida por ser traviesa y siempre en busca de algo rico para comer.

Un día, mientras Gisela cuidaba de sus huevos bajo el sol brillante, escuchó un suave ruido detrás de ella.

"¿Quién anda por aquí?" - preguntó Gisela, volviéndose hacia dónde provenía el sonido.

Apareció Jara, con su pelaje marrón y su cara ansiosa.

"Soy yo, Jara. Solo venía a ver qué se siente ser una madre gallina. No puedo evitarlo, tengo un poco de hambre también..." - dijo la jarachupa con una sonrisa traviesa.

"¡Oh no! No podés comer mis huevos!" - gritó Gisela, con una mezcla de sorpresa y miedo.

Jara se rió, un poco nerviosa.

"No te preocupes, Gisela, solo estaba bromeando. Pero la verdad es que mi estómago no deja de gruñir. ¿No podrías compartirme un poco de comida?" - ofreció Jara.

Gisela se sintió un poco más relajada y, aunque no podía compartir sus huevos, decidió ser generosa.

"Claro que sí, Jara. Hay maíz en el granero. Vamos a buscar un poco juntas, ¡y yo invito!" - dijo Gisela, llena de entusiasmo.

Las dos comenzaron a caminar hacia el granero, mientras charlaban y reían. Jara contaba historias sobre las travesuras que hacía en el campo, y Gisela compartía ansiosas anécdotas sobre sus aventuras en la granja. Sin embargo, Jara seguía mirando a los huevos de Gisela con nostalgia.

"Mirá eso… son tan bonitos esos huevitos, ¿no te gustaría a veces poder fabular que son pequeños caramelos?" - dijo Jara, mientras sus ojos brillaban muy locamente.

"¡Por favor, Jara! No quiero que les pase nada a mis huevos, son muy importantes para mí!" - respondía Gisela, llenándose de preocupación.

Llegaron al granero y encontraron mucho maíz. Comieron alegremente, pero al mismo tiempo, Jara seguía mirando hacia el nido de Gisela.

"Mirá, Gisela, esos huevitos me recuerdan a los caramelos de colores. Estoy empezando a tener una idea..." - dijo Jara, con un brillo pícaro en los ojos.

De repente, se le ocurrió un plan.

"Podríamos jugar a buscar huevos en el campo. ¿Qué tal si pintamos unos hermosos de colores? Entonces podré compartirlos con mis amigos. ¡No se darán cuenta de que no son de verdad!" - propuso Jara entusiasmada.

"¡Esa es una idea brillante!" - sonrió Gisela, sintiéndose aliviada.

Las dos amigas se pusieron manos a la obra, y junto a sus otros amigos de la granja comenzaron a buscar piedritas o huevos de madera, y decidieron pintarlos con colores vivos; pink, azul, amarillo y verde. Realmente transformaron un día común en una fiesta de colores y risas, y se llena de felicidad ver que todos se unieron a la actividad.

Cada uno de sus amigos se sintió parte del proyecto, y Gisela comenzó a disfrutar el momento, olvidando la desesperación de proteger sus huevos.

Finalmente, cuando terminaron, se levantaron los tratados con coloreados y Jara, orgullosamente, llevó los huevos pintados a mostrárselos a todos los amigos en el campo.

"¡Miren los huevos que hicimos!" - gritó Jara emocionada.

Los animales admiraron los huevos de colores, llenos de alegría y emoción. Durante el resto del día, jugaron y se divirtieron, olvidándose de la idea de comer huevos, porque ahora tenían algo mejor con lo que jugar.

Y así fue como Gisela y Jara, a través de su creatividad y amistad, encontraron una forma de compartir momentos especiales, sin necesidad de robar ni de quitarle lo que al otro le importaba. Aprendieron que la amistad es más dulce cuando se comparte, y que las ideas creativas siempre traen alegría.

Y así, desde aquel día, Gisela y Jara salvaron sus diferencias, y cultivaron un lazo inquebrantable de amistad.

FIN.

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