Una Amistad Inquebrantable



En un rincón del exuberante bosque de Ibole, habitaban dos mejores amigos: un elefantito llamado Ele y un conejito llamado Tito. Ele, con su gran tamaño y orejas enormes, siempre había sido algo torpe, pero su corazón era aún más grande. Tito, con su pelaje suave y ágil manera de moverse, era la chispa del grupo, siempre saltando y riendo.

Un día, mientras exploraban el bosque, Ele dijo:

"Tito, ¿quieres jugar a ser exploradores y buscar el río escondido?"

Tito, emocionado, respondió:

"¡Sí! ¡Vamos! ¡Seguro que encontramos tesoros brillantes!"

Los dos amigos emprendieron su aventura, brincando de un lado a otro, riéndose y disfrutando del paisaje. Pero pronto llegó la hora del almuerzo. Mientras Ele buscaba una sombra para sentarse, Tito empezó a saltar de un lado a otro buscando algunas frutas.

De repente, Tito llamó a Ele con gran emoción:

"¡Mirá, Ele! ¡He encontrado unas frutas rojas y brillantes!"

Ele se acercó y, al ver las frutas, se le llenó la boca de agua. Pero cuando intentó alcanzarlas, su gran trompa se enredó en una rama baja.

"Ay, Tito, estoy atascado. No puedo moverme."

"No te preocupes, Ele. ¡Voy a ayudarte!"

Tito saltó rápidamente y, con un esfuerzo, logró liberar a su amigo.

"¡Gracias, Tito! Eres un gran amigo. Siempre sabes cómo ayudarme."

"Es lo que hacen los amigos, Ele. ¡Ahora a comer!"

Se sentaron juntos para disfrutar de las frutas y, cuando terminaron, decidieron seguir su camino. Después de un rato, comenzaron a escuchar un sonido extraño. Era un lamento bajo y triste que provenía de detrás de unos arbustos.

"¿Escuchaste eso, Ele?"

"Sí, suena como si alguien estuviera llorando. Vamos a ver qué pasa."

Al acercarse, encontraron una pequeña tortuga llamada Tuga, que estaba atrapada entre unas piedras.

"Hola, pequeña. ¿Por qué lloras?" preguntó Ele con su voz suave.

"No puedo salir de aquí y no sé qué hacer…"

Lloraba Tuga.

"No te preocupes, Tuga. Juntos te ayudaremos."

Ele intentó mover las piedras con su gran trompa, pero eran pesadas. Entonces, Tito tuvo una idea:

"¿Y si empujamos las piedras juntos?"

"¡Eso es! Vamos a hacerlo."

Con el esfuerzo combinado de los tres amigos, lograron mover las piedras y liberar a Tuga.

"¡Gracias! No sé qué hubiera hecho sin ustedes."

Tuga, muy feliz, se unió a ellos y continuaron su búsqueda del río escondido. A lo largo del camino, Tuga les enseñó a observar el entorno y encontrar mini tesoros, como hojas de colores y piedras con formas curiosas. Ele y Tito estaban maravillados.

Finalmente, después de un largo camino de risas y descubrimientos, llegaron a un pequeño arroyo que brillaba a la luz del sol. El agua era clara y fresca, y había muchas piedras de colores a su alrededor.

"¡Lo logramos! ¡Mirá que bello es!" gritó Ele mientras saltaba de alegría.

"¡Es un tesoro, Ele! ¡El tesoro más lindo que pudimos encontrar!"

"Sí, pero lo más valioso de todo es que lo encontramos juntos."

Decidieron hacer un picnic y al final del día, se sintieron agradecidos no solo por el hermoso arroyo, sino también por su amistad, que los había llevado a vivir tantas aventuras.

"¿Te das cuenta, Tito? No importa cuán distintos seamos, lo que cuenta es lo que hacemos juntos."

"Exactamente, Ele. Somos un gran equipo. ¡Por siempre!"

Y así, dos amigos tan distintos continuaron explorando y viviendo aventuras, demostrando que la verdadera amistad no conoce tamaños ni límites.

FIN.

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