Una Amistad Sorprendente



En un hermoso día de otoño, mientras las hojas de los árboles caían formando un manto dorado, se celebraba una fiesta en el campo. Había música, risas y muchas delicias. Martita, una abeja divertida y siempre lista para hacer alguna travesura, volaba de un lado a otro, disfrutando de cada momento. Por otro lado, estaba Chencho, una cebra siempre enojón y algo distraído, que caminaba por el campo sin prestar atención a lo que sucedía a su alrededor.

La fiesta estaba en pleno apogeo, cuando Martita, emocionada por el bullicio, decidió acercarse a Chencho.

"¡Hola, cebra! Soy Martita, la abeja más divertida de todo el bosque! ¿Te gustaría jugar conmigo?" - le dijo Martita, zumbando a su alrededor.

"¡Eh! ¡Deja de volar tan cerca! ¡No me distraigas!" - gritó Chencho enojado, tratando de alejarla con su pata.

Martita, al intentar esquivar la pata de Chencho, se asustó y, sin querer, lo picó en el costado.

"¡Ay, qué dolor!" - exclamó Chencho, dando un salto. "¿Por qué me hiciste eso? No sé si puedo perdonarte".

"¡Lo siento! No fue mi intención!" - dijo Martita, preocupada por haber lastimado a su nuevo conocido.

A pesar del incidente, la fiesta continuaba. Martita se sintió mal y decidió que debía hacer algo para ayudar a Chencho a sentirse mejor. Se puso a pensar en cómo podría remediar la situación.

"¿Sabes qué?" - dijo Martita con una sonrisa. "Te puedo ayudar a encontrar un sombrero que te queda fenomenal para la fiesta. Creo que podría distraerte de ese dolorcito que tienes".

Chencho, que solía estar siempre de mal humor, no pudo evitar sentir una pequeña chispa de alegría.

"Me encantaría un sombrero. Aunque no sé si una abeja puede ayudarme a encontrar uno..." - respondió, curioso.

Martita, emocionada, voló alrededor de la fiesta buscando el sombrero perfecto. Vio muchos colores y estilos, pero uno llamaba especialmente su atención: un sombrero gigante y colorido, decorado con flores y frutas.

"¡Mirá, Chencho! ¡Ese es perfecto!" - zumbó del lado de Chencho.

El problema era que el sombrero estaba en una mesa muy alta. Chencho, al ver lo que Martita intentaba hacer, se acercó más a la mesa. Aunque todavía estaba un poco enojado, decidió ayudar.

"Yo puedo alcanzarlo, pero necesito que me digas cómo..." - dijo Chencho, un poco más relajado.

Martita se le acercó volando.

"Simplemente salta con todas tus fuerzas y yo te ayudaré desde aquí. ¡A la cuenta de tres!" - animó Martita, entusiasmada.

"¡Uno, dos, tres!" - gritó Chencho, dando un gran salto.

Martita, en su mejor intento, hizo que el sombrero cayera justo en la cabeza de Chencho.

"¡Lo lograste! ¡Sos un campeon!" - exclamó, llena de alegría.

Chencho, a pesar del enojo inicial, no pudo evitar reírse al verse con aquel gigantesco sombrero. Su actitud había cambiado y, por primera vez en la fiesta, comenzó a disfrutar de la música y las risas.

"Gracias, Martita. Al final, me ayudaste a olvidar mi mal humor. Creo que... podría ser tu amigo después de todo." - dijo Chencho, ahora más relajado y sonriente.

"¡Sí! ¡Eso me encantaría!" - respondió Martita, llena de alegría.

Desde ese día, Martita y Chencho se hicieron grandes amigos. Cada día era una nueva aventura, donde Martita lograba hacer reír a Chencho y él la ayudaba a aprender a ser más cuidadosa. Juntos, rompieron los prejuicios y descubrieron el valor de la amistad, incluso cuando eran diferentes.

Y así, en el hermoso campo de otoño, Martita y Chencho demostraron que los amigos pueden surgir en los lugares más inesperados, incluso después de un pequeño picotazo. ¡Y siempre se puede encontrar algo especial en cada uno, sin importar cuán diferentes sean!

¡Y colorín colorado, este cuento se ha acabado!

FIN.

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