Una Aventura de Responsabilidad
Érase una vez, en un pequeño barrio lleno de flores y risas, vivía una niña llamada María. María tenía una perrita juguetona de pelaje suave y orejitas caídas que se llamaba Maya. Desde que Maya llegó a la vida de María, todo era diversión y alegría.
Un día, mientras jugaban en el parque, María se dio cuenta de que ser dueña de una mascota no solo era jugar. "Maya, ¡te quiero tanto! Pero tengo que aprender a cuidar de vos"-, dijo María mientras acariciaba a su perrita.
Intrigada por sus propias palabras, María decidió escribir una lista de cosas que debía hacer para cuidar de Maya. La lista era larga: darle de comer, sacarla a pasear, llevarla al veterinario, jugar con ella y sobre todo, amarla.
Desde ese día, María se propuso ser la mejor dueña de Maya. Cada mañana, antes de ir a la escuela, se aseguraba de que su perrita tuviera su comida y agua fresquita. "No olvides comer, Maya, ¡tenés que estar bien para nuestras aventuras!"- le decía.
Un día, mientras María estaba en la escuela, su profesora explicó que las mascotas también podían sentirse solas y tristes. "Las mascotas dependen de nosotros para ser felices y saludables"-, dijo la maestra. Esto hizo que María pensara en Maya. "¿Estará bien en casa sola?"- se preguntó con preocupación.
Esa tarde, decidió llevar a Maya al parque. Jugaban a buscar la pelota y Maya corría feliz. Sin embargo, de repente, un grupo de niños comenzó a lanzar sus bicicletas por el parque y uno de ellos la asustó. Maya salió corriendo asustada en otra dirección.
"¡Maya!"- gritó María asustada. Corrió tras de ella, pero Maya se había ocultado detrás de unos arbustos. María sintió que su corazón latía muy rápido. Finalmente, logró encontrarla. "Estabas tan asustada, pequeña. Nunca quiero que te sientas así"-, dijo María abrazando a su perra.
Esa noche, mientras se preparaba para dormir, comprendió que cuidar de Maya significaba también protegerla. Decidió que empezaría a enseñarle comandos para que pudiera estar más segura en situaciones difíciles.
Con el paso de los días, María comenzó a entrenar a Maya. "Sentada, Maya!"- decía cuando su perrita respondía, recibía muchas caricias y premios. Poco a poco, Maya aprendió a sentarse, venir cuando la llamaban y no asustarse tan fácilmente.
Un día, mientras paseaban, se encontraron con un perrito callejero que parecía perdido y triste. María recordó lo que había aprendido sobre la importancia de cuidar a las mascotas. "Maya, este perrito necesita ayuda. No podemos dejarlo solo"-, le dijo.
María y Maya llevaron al perrito a su casa. Juntas, le dieron comida y agua, y María llamó a su mamá. "Mamá, ¿podemos ayudarlo?"- pidió María. Su mamá estaba orgullosa de ella por ser tan responsable, y juntas buscaron a los dueños del perrito.
Finalmente, lograron encontrar a su familia y el perrito regresó feliz a casa. María se sintió satisfecha. "Hicimos bien por ayudarlo, ¿verdad, Maya?"- le dijo a su perra. Maya movió la cola como si estuviera de acuerdo.
A través de todas estas experiencias, María aprendió que tener una mascota era una gran responsabilidad, pero también era un gran privilegio.
Entonces, decidió hacer una presentación en la escuela sobre el cuidado de las mascotas. "¡Cuidar a nuestras mascotas es ser responsables!"- decía con brillo en los ojos.
Al final del año, María recibió un premio por su dedicación y amor hacia Maya y los animales en general. Estaba tan feliz de poder transmitir lo que había aprendido.
Y así, María y Maya siguieron juntas, viviendo muchas más aventuras. María había entendido que cuidar de una mascota era un trabajo que venía con amor, alegría y una gran responsabilidad.
Moraleja: Tener una mascota es un privilegio que viene con la responsabilidad de cuidarla y protegerla. Si todos nos ocupamos de nuestras mascotas, ¡tendremos amigos felices para siempre!
FIN.