Una Aventura en el Patio Externo



Era una hermosa mañana en el jardín de infantes "Los Colorines". La maestra Magda, con su sonrisa amable y su cabello rizado, estaba organizando a sus alumnos para salir a jugar al patio externo. La emoción llenaba el aire, y los niños no podían contener sus ganas de correr y reír bajo el sol.

"¡Chicos, hoy vamos a jugar al patio!" -anunció la maestra Magda.

"¡Sí! ¡Quiero jugar a las escondidas!" -gritó Lucas, el más travieso del grupo.

"Yo quiero saltar la cuerda!" -dijo Sofía, mientras movía su cintita rosa.

"Y yo voy a armar un castillo con los bloques de madera!" -dijo Mateo, con una mirada decidida.

Mientras se preparaban, la maestra Magda pasó lista y recordó que tenían que seguir algunas reglas para disfrutar del patio.

"Recuerden, chicos, para que todos podamos divertirnos, necesitamos respetar a nuestros compañeros y compartir los juguetes. ¿Está claro?" -dijo la maestra, mirando a todos con atención.

"¡Sí! ¡Respetar y compartir!" -respondieron al unísono.

Todos juntos salieron al patio, donde el sol brillaba intensamente. Los alumnos se dispersaron rápidamente. Sofía comenzó a saltar la cuerda con un grupo de amiguitos, mientras Lucas se escondía detrás de un árbol, buscando su oportunidad para sorprender a Mateo y a los demás.

Pero de repente, un rayo de sol se ocultó tras algunas nubes y comenzó a soplar un viento suave que hizo que el patio se llenara de hojas secas. Los chicos miraron hacia arriba, y uno de ellos, Juan, exclamó:

"¡Miren! ¡Las hojas parecen mariposas volando!"

Su comentario hizo que todos se detuvieran por un instante y comenzaran a observar cómo las hojas danzaban en el aire. Magda, en ese momento, vio que se había creado una oportunidad perfecta para una pequeña lección.

"¿Saben qué? Las hojas nos muestran que también podemos ser creativos. ¿Por qué no contamos una historia mientras jugamos?" -sugirió la maestra.

A todos les encantó la idea. Formaron un círculo y empezaron a contar una historia. Cada niño se turnaba para añadir una frase, creando una aventura mágica donde un dragón amistoso volaba en busca de su mejor amigo, un conejo travieso.

"Y el dragón... ¡se encontró con un árbol que hablaba!" -dijo Mateo, mientras reía.

"¡Y el árbol le dijo que para encontrar a su amigo, tenía que cruzar un río lleno de caramelos!" -añadió Sofía, con los ojos brillantes.

"Pero ahí había un cocodrilo que le pedía un chiste para dejarlo pasar." -intervino Juan, imaginando el momento hilarante.

Así, entre risas y comentarios inesperados, la historia tomó un giro inesperado. Los niños aprendían a colaborar y escuchar las ideas de los demás. La maestra Magda, viendo cómo su grupo disfrutaba, decidió que era el momento de llevar la aventura todavía más lejos.

"Chicos, ¿qué les parece si imitamos a los personajes de nuestra historia? Vamos a ser el dragón, el conejo y el árbol que habla. ¡A jugar!" -propuso.

El patio se llenó de risas y ruido: unos eran dragones volando, otros eran conejitos saltarines, y algunos se convirtieron en árboles que hablaban. Entre saltos y carreras, Magda observaba con alegría cómo cada niño daba vida a su personaje.

Después de una hora de aventuras, el sol comenzó a caer. La maestra reunió a todos para compartir cómo se sintieron durante el juego y lo que habían aprendido.

"Hoy no solo jugamos, sino que también creamos, imaginamos y compartimos. Aprendimos que cada uno de nosotros tiene una voz única, que es valiosa en el cuento de todos. ¿Se sintieron felices?" -preguntó con una sonrisa.

"¡Sí! ¡Fue la mejor aventura!" -exclamó Lucas emocionado, mientras todos asentían.

Y así, la maestra Magda y sus alumnos regresaron al aula, con el corazón lleno de recuerdos y la certeza de que el juego puede ser un gran maestro.

FIN.

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