Una Aventura en la Playa
Era un día soleado cuando Mateo y su hermana Sofía llegaron a la playa con sus padres. La arena dorada brillaba bajo el sol, y el sonido de las olas llenaba el aire. - ¡Mirá, Sofía! ¡La playa es enorme! - exclamó Mateo con entusiasmo. - Sí, ¡vamos a construir el castillo de arena más grande del mundo! - respondió Sofía, saltando de alegría.
Con sus cubos y palas en mano, comenzaron a construir. Mientras trabajaban en su castillo, Mateo decidió hacer un túnel. - ¡Este túnel va a ser famoso! - dijo con seguridad. Pero, mientras cavaba, de repente escuchó un ruido extraño.
- ¿Escuchaste eso? - preguntó Sofía, deteniendo su trabajo. - Sí, parece que viene de ahí - Mateo señaló hacia un rincón de la playa, donde la arena parecía moverse. Intrigados, se acercaron a investigar.
Cuando llegaron, se encontraron con una pequeña tortuga que luchaba por salir de la arena. - ¡Pobrecita! - dijo Sofía con ternura. - Debemos ayudarla. - Ten mucho cuidado - le advirtió Mateo, - no la toquemos tanto, es mejor dejarla tranquila.
Con esfuerzo y sin tocarla, movieron la arena con sus palas para facilitarle la salida. La tortuga, al notar la ayuda, comenzó a avanzar. - ¡Vamos, pequeña! - animó Sofía. - Tan cerca, solo un poco más. Y, finalmente, la tortuga logró salir y se dirigió hacia el mar.
- ¡Lo logramos! - gritaron ambos, felices por su buena acción. Pero entonces, Mateo se dio cuenta de algo. - Sofía, ¡no tenemos que dejarla sola! - ¿Por qué? - Porque no sabe nadar. No, espera. Sí sabe, solo la estamos imprimiendo que tenga miedo.
Durante un instante estuvieron en silencio, reflexionando sobre lo que podían hacer. - ¡Ya sé! Vamos a hacer una zanja en la arena que la guíe al agua, así se siente más segura. - Exclamó Sofía, iluminada por la idea.
En un abrir y cerrar de ojos, comenzaron a excavar de nuevo, creando una pequeña senda de arena que guiaba a la tortuga hacia el mar. - ¡Mirá, mira! ¡Se está acercando! - gritó Mateo sin poder contener su emoción. La tortuga se detuvo un momento y pareció mirar atrás, como si quisiera agradecerles antes de seguir su camino.
Cuando llegó al agua, dio un pequeño chapuzón y luego nadó hacia lejos, mientras Mateo y Sofía aplaudían. - ¡Eso fue increíble! - dijo Mateo aún asombrado. - Sí, y lo hicimos juntos - sonrió Sofía.
Más tarde, cuando regresaron a su castillo, se dieron cuenta de que el agua había comenzado a subir con la marea. - ¡Mirá nuestro castillo! ¡Se lo está llevando el mar! - exclamó Mateo. - No te pongas triste, imposible es genial también - animó Sofía. - De alguna manera, ya no somos sus únicos arquitectos.
Entonces, pensaron que en vez de lamentarse, podían construir algo aún más grande. Así que, juntos, comenzaron a hacer un nuevo castillo, esta vez aún más alto y con más detalles.
- Sofía, en la vida siempre habrá momentos de cambio - le dijo Mateo mientras moldeaban un nuevo torreón. - Sí, y siempre debemos adaptarnos y encontrar formas de seguir adelante - asintió Sofía, lista para seguir construyendo.
Al final del día, aunque su castillo original ya no estaba, Mateo y Sofía habían disfrutado de una aventura que nunca olvidarían. Aprendieron que cada día trae nuevas oportunidades y que trabajar juntos es lo más valioso de todo.
Cuando el sol comenzó a ocultarse detrás del horizonte, sus padres los llamaron para que fuera la hora de irse. Los niños, cansados pero contentos, se despidieron de la playa con una sonrisa.
- ¡Mañana volveremos! - prometió Sofía mientras caminaban hacia el auto, con la certeza de que la aventura no había hecho más que comenzar.
FIN.