Una Aventura en la Playa



Era un caluroso día de verano en el pequeño pueblo de Altamar, donde los días eran largos y las risas se escuchaban por doquier. María y José, dos amigos inseparables, esperaban con ansias su excursión a la playa. Desde temprano, estaban listos con sus galletitas, sombrillas y, por supuesto, sus trajes de baño.

"¡No puedo esperar más!", exclamó María.

"¡Yo tampoco!", respondió José saltando de emoción.

Cuando llegaron a la playa, la arena brillaba bajo el sol y el sonido de las olas les llenaba de alegría. Jugaron a construir castillos de arena, corrieron por la orilla y buscaban conchas marinas.

"Mirá, encontré una concha en forma de estrella!", dijo José entusiasmado.

"¡Es hermosa!", respondió María, observando el tesoro que su amigo había encontrado.

Después de un rato, decidieron aventurarse a nadar, pero antes de hacerlo, recordaron la regla que su mamá les había dicho: "Nunca hay que nadar sin avisar a un adulto".

"¡Vamos a buscar a la tía Rosa! ella siempre nos cuida", sugirió María.

"Buena idea!", coincidió José.

Mientras caminaban, vieron a un grupo de niños jugando con una pelota de fútbol. María sintió la necesidad de unirse.

"José, ¡vamos a jugar!", dijo con una sonrisa.

"Pero si queríamos nadar", respondió José un poco confundido.

"Podemos jugar un rato y después vamos a nadar. Mirá qué divertido!", insistió María.

José se unió a su amiga, y pronto se olvidaron de nadar mientras corrían y reían, pero de repente, la pelota terminó en el agua.

"¡Oh no! La pelota!", gritó uno de los niños.

"¡No puedo ir a buscarla!", dijo otro con temor.

María y José miraron la pelota flotando en el agua.

"No pasa nada, yo voy!", dijo María.

"No, espera! Es muy profundo allí!", gritó José.

Pero María ya había corrido hacia el agua. Al darse cuenta del profundo peligro, retrocedió un paso, sintiendo un escalofrío.

"Quizás mejor deberíamos avisar a un adulto", sugirió José, preocupado.

"Tienes razón! Vamos a buscar a la tía Rosa. Seguro que ella sabe qué hacer!", acordó María, resolviendo que sería mejor tener ayuda.

Fueron corriendo a buscar a la tía Rosa, quien al enterarse de lo que había pasado, sonrió con comprensión.

"No se preocupen, chicos. Esto puede suceder. ¡Vamos a buscarla juntos!", dijo la tía Rosa con confianza.

Una vez que llegaron a la orilla, la tía Rosa pidió ayuda a los otros adultos en la playa. Juntos formaron una cadena humana y, con mucho cuidado, lograron recuperar la pelota del agua.

"¡Lo logramos! ¡Gracias, tía Rosa!", exclamó José, aliviado.

"¡Sí! ¡Nosotros también ayudamos!", agregó María con el rostro radiante.

Más tarde, mientras disfrutaban de unas ricas galletitas bajo la sombra de su sombrilla, María reflexionó.

"Saben, creo que hoy aprendí algo muy importante".

"¿Qué es?", preguntó José.

"Que entre amigos siempre debemos cuidarnos y nunca olvidar pedir ayuda en una situación que no sabemos manejar".

José asintió con la cabeza.

"Eso es cierto. Siempre es mejor estar seguro".

Así, entre risas y juegos, María y José pasaron un día en la playa lleno de aventuras, lecciones y la certeza de que lo más importante no es solo divertirse, sino también cuidarse mutuamente y aprender de cada situación. Al final del día, con bronceados y grandes sonrisas, sabían que su amistad y las enseñanzas habían hecho de ese, un día inolvidable.

Y así, cada vez que volvían a la playa, recordaban que la diversión siempre venía acompañada de responsabilidad, ¡y que nunca hay que dudar en pedir ayuda cuando se necesita! Así, escaparon del peligro, disfrutando de su día en la playa sin preocupaciones, llenos de gratitud y más unidos que nunca.

FIN.

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