Una aventura en la playa con Emilsa



Era una mañana soleada de verano y Emilsa, una niña curiosa y valiente, estaba lista para un día de aventuras en la playa. Su mamá había prometido llevarla a la costa con su amigo Tomi. Emilsa estaba muy emocionada; nunca había estado en el mar. Mientras se preparaban, su mamá le explicó lo que debían llevar.

"Emilsa, no olvides tu sombrero y protector solar. Y, por supuesto, tus chanclas", dijo su mamá.

"¡Sí, mamá!", respondió Emilsa, con una sonrisa amplia.

Llegaron a la playa y Emilsa quedó maravillada. La arena era dorada y suave, y el agua brillaba como si estuviera llena de diamantes. Todo parecía un sueño.

"¿Vamos a nadar?", preguntó Emilsa, dando pequeños saltitos.

"¡Sí! Pero primero, tenemos que construir un castillo de arena", dijo Tomi, señalando un lugar perfecto.

Ambos comenzaron a construir el castillo. Emilsa se concentró en hacerlo lo más alto posible. Pero justo cuando su castillo estaba casi terminado, una ola grande vino y lo derribó.

"¡Oh no! Mi castillo", exclamó Emilsa, con los ojos llenos de agua.

"No te preocupes, Emilsa. Podemos volver a hacerlo. Además, ¡las olas son parte de la diversión!", animó Tomi.

Emilsa miró al mar y, aunque estaba triste por su castillo, decidió levantar el ánimo.

"¡Está bien! Vamos a construir el castillo más grande y poderoso de todos", dijo con determinación.

Así que, trabajaron arduamente. Mientras construían, se hicieron un par de amigos: dos niños que estaban jugando cerca.

"¿Pueden ayudarnos?", les preguntó Emilsa.

"¡Claro! Somos buenos constructores de castillos", dijeron los nuevos amigos.

Con la ayuda de los niños, comenzaron a hacer un castillo que parecía un verdadero palacio. Usaron conchitas, ramas y hasta encontraron un trozo de tela que usaron como bandera. Pero mientras trabajaban, una criatura misteriosa salió del agua: era una pequeña tortuga.

"¡Miren!", gritó Emilsa, señalando la tortuga.

"¡Es tan linda!", exclamó una de las nuevas amigas.

"Sí, pero debemos dejarla tranquila. Está en su hogar", recordó Tomi.

Todos miraron a la tortuga mientras caminaba lentamente hacia el mar. Emilsa sintió una punzada de tristeza al pensar que la tortuga podría estar asustada.

"¿Podremos ayudarla?", preguntó.

"Podemos hacer que el área cerca del agua sea más segura para ella", sugirió Tomi.

Entonces, decidieron hacer una pequeña señal con los restos de arena y ramas para crear un camino hacia el agua, lejos de los peligros de la playa llena de gente.

"Listo, ahora la tortuga puede volver al agua sin problemas", dijo Emilsa, sintiéndose satisfecha.

"¡Eres muy generosa, Emilsa!", comentó uno de los niños.

Por un momento, se olvidaron del castillo y se sintieron orgullosos de su buena acción. Sin embargo, cuando regresaron a su castillo, se dieron cuenta de que se había vuelto a caer.

"No puede ser...", suspiró Emilsa, desilusionada.

"No podemos darnos por vencidos", dijo Tomi.

"Quizás podamos hacer algo diferente", sugirió una de las nuevas amigas.

Los cuatro niños se sentaron en la arena, pensando en lo que podrían hacer.

"¿Qué tal si hacemos un castillo compartido, con cada uno de nosotros haciendo una parte?", propuso Emilsa.

"¡Eso suena divertido!", gritó Tomi.

Así que, cada uno empezó a construir su parte del castillo, haciendo caminos, puentes, y murallas. Cuando terminaron, el castillo era el más increíble de la playa, lleno de colores y creatividad.

"¡Lo hicimos!", gritaron todos juntos.

"¡Es un verdadero palacio!", festejó Emilsa.

Al final del día, cuando el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, Emilsa miró su obra maestra mientras las olas gently acariciaban la orilla.

"Estoy tan feliz, no solo por el castillo, sino por los amigos que hice hoy", dijo.

Y así, Emilsa aprendió que en lugar de frustrarse por lo que no salió como esperaba, a veces es mejor ser flexible y encontrar nuevas formas de disfrutar la aventura.

Cuando regresaron a casa, Emilsa miró hacia atrás a la playa.

"¡Definitivamente hay que volver!"

FIN.

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