Una Aventura Inesperada



Había una vez, en la tranquila ciudad de Zombielandia, un chico llamado Tomás. Tomás era un niño lleno de energía, siempre tenía una sonrisa en el rostro y disfrutaba de aventuras. Un día, mientras jugaba en el parque, se encontró con una extraña niebla verde que lo envolvió. Sin saberlo, ¡Tomás se había convertido en un humano zombi!

Al principio, Tomás se sintió un poco extraño. Sus movimientos eran más lentos, y su cara tenía un ligero tono grisáceo. Pero lo que más le preocupaba era su nuevo apetito inusual. Un día, sentado en un árbol, se dio cuenta de que deseaba comer... ¡letras! Así es, Tomás había desarrollado un apetito por los libros.

-Bueno, esto es raro -dijo Tomás, mientras veía un libro volar hacia él por el viento-

Decidido a averiguar más sobre su nueva vida, Tomás comenzó a leer todo lo que encontraba. Aprendió sobre dinosaurios, planetas, y hasta sobre cómo construir cohetes. Poco a poco, su amor por la lectura que antes había pasado desapercibido se transformó en una gran pasión.

Una mañana, en medio de sus lecturas, escuchó un llanto proveniente de un callejón. Con su nuevo cuerpo zombi, aunque un poco torpe, se acercó. Allí encontró a un perrito atrapado entre unos cartones.

-¡Hola, pequeño! -dijo Tomás, y aunque su voz sonaba un poco rara, el perrito dejó de llorar y lo miró con curiosidad-

Tomás trató de ayudarlo, pero su nuevo cuerpo zombi no le permitía moverse con la agilidad que necesitaba. Justo cuando estaba a punto de rendirse, recordó algo que había leído sobre la importancia de nunca darse por vencido.

-Puedo hacerlo -se dijo a sí mismo, y se armó de valor-

Con mucho esfuerzo, movió los cartones hasta liberar al perrito. Este, agradecido, le lamió la mano y movió la cola con fuerza. Desde ese día, Tomás y su nuevo amigo, al que nombró —"Luz" , se volvieron inseparables.

Tomás también decidió utilizar su nueva apariencia para ayudar a otros. Juntos, viajaron por Zombielandia en busca de personas que necesitaran ayuda. Cuando una anciana no podía cargar su bolsa con frutas, Tomás iba y la ayudaba con su fuerza zombi. Si un niño perdía su balón, él lo alcanzaba con su larga zancada.

Gradualmente, los habitantes de Zombielandia comenzaron a ver a Tomás como un héroe. Aunque las personas estaban sorprendidas al verlo, se dieron cuenta de que, sin importar su apariencia, Tomás seguía siendo el niño amable y generoso que siempre habían conocido.

Un día, la niebla verde apareció nuevamente y comenzó a rodear a la ciudad. Los habitantes estaban aterrados, creían que eso significaba que todos se convertirían en zombis. Sin embargo, Tomás sabía que tenía que actuar.

-¡No se preocupen! -gritó desde la plaza- ¡No somos monstruos! ¡Solo queremos ayudarles!

Con su voz firme y su espíritu valiente, Tomás organizó a los niños de la ciudad para que se unieran a él en una gran campaña de lectura sobre la niebla verde. Juntos fueron a cada hogar, llevándoles libros y contándoles historias. La niebla verde empezó a desvanecerse lentamente, y todos aprendieron que no hay que tener miedo a lo desconocido.

Al final del día, Tomás comprendió que la verdadera magia no estaba en ser un zombi, sino en cómo usó esa experiencia para unir a la comunidad y ayudar a los demás. Como resultado, la niebla se disipó totalmente y los corazones de todos se llenaron de alegría.

Y así, Tomás continuó siendo el héroe de Zombielandia, demostrando que ser diferente no significa ser menos. Si no, todo lo contrario: se puede ser un héroe en cualquier forma que tenga el corazón.

Desde entonces, a Tomás le encantó seguir comiendo letras y compartir su amor por los libros con todos, porque había aprendido que con solidaridad y lectura, cualquier cosa puede ser posible. Y así, Tomás, el chico zombi, creó su propia historia de valentía y amistad, ¡una aventura que nunca olvidará!

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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