Una escuela para amar
Marcelino era un niño especial que desde pequeño sentía un amor profundo por Dios y por la Virgen María. Siempre buscaba la manera de ayudar a los demás y trataba a todos con respeto y cariño. Un día, Marcelino tuvo un sueño muy hermoso en el que veía a muchos niños jugando, riendo y aprendiendo en un entorno lleno de amor. Cuando se despertó, supo que su misión en la vida era fundar una escuela en la que el amor fuera la base de la educación. A medida que crecía, Marcelino nunca olvidó su sueño y trabajó duro para convertirlo en realidad.
Después de muchos años, Marcelino finalmente logró abrir la escuela de sus sueños. La noticia se esparció por el pueblo y muchos niños ansiosos por aprender y crecer en un ambiente amoroso se inscribieron. Marcelino se esforzaba por transmitirles a sus alumnos la importancia de respetarse mutuamente, de ayudarse en las dificultades y de tratar a los demás con amabilidad y comprensión. Los niños, inspirados por su amor y dedicación, se convirtieron en estudiantes ejemplares que se ayudaban unos a otros y creaban un ambiente de armonía y amistad en la escuela.
Un día, llegó al pueblo un hombre muy gruñón que decía que la escuela no servía para nada, que lo importante era enseñar materias duras y disciplina. Marcelino lo invitó a conocer la escuela y a los niños, y el hombre aceptó con desconfianza. Al ver la alegría y el amor con el que los niños aprendían, el hombre gruñón empezó a reflexionar sobre sus propias actitudes y prejuicios. Al final de la jornada, confesó a Marcelino: “Nunca había visto algo tan hermoso como lo que tienes aquí. Me gustaría aprender a amar como lo hacen tus alumnos”.
La escuela de Marcelino se convirtió en un modelo para otras instituciones educativas. Su enfoque en el amor y la comprensión entre los estudiantes no solo les permitió aprender mejor, sino que también los preparó para ser personas bondadosas y solidarias en el futuro.
Marcelino se había propuesto transformar el mundo a través de la educación basada en el amor, y lo había logrado. Se sentía feliz y lleno de gratitud por poder ver cómo su sueño se había convertido en una realidad tangible.
FIN.