una historia de armonía



Había una vez en un lejano valle, un dragón muy especial llamado Fierro. A diferencia de los demás dragones que solían ser feroces y temidos por todos, Fierro era amable, simpático y siempre estaba feliz.

Un día, mientras volaba por el valle, Fierro se encontró con una familia de conejos que estaban muy asustados.

El papá conejo se acercó tembloroso y le dijo: "Por favor, señor dragón, ¿podrías ayudarnos? Un lobo ha invadido nuestro hogar y no sabemos qué hacer". Fierro sonrió con alegría y les respondió: "-¡Claro que sí! No se preocupen, yo los protegeré". Con valentía, el dragón se dirigió hacia la madriguera de los conejos donde encontró al lobo amenazando a la familia indefensa.

"-¡Alto ahí!", rugió Fierro con voz firme. El lobo se sorprendió al ver a un dragón frente a él, pero no retrocedió. "-¿Qué crees que puedes hacer tú contra mí?", gruñó el lobo con arrogancia.

Fierro sonrió amablemente y le dijo: "-No necesito usar mi fuego para resolver este problema. Solo necesito tu amistad". El lobo frunció el ceño sin entender. "-¿Mi...

amistad?"El dragón explicó: "-Sí, si nos haces daño a nosotros, nadie te cuidará cuando estés herido o enfermo. Pero si somos amigos y nos ayudamos mutuamente, siempre tendrás compañía y apoyo". El lobo reflexionó sobre las palabras de Fierro y finalmente accedió a entablar una amistad sincera.

Desde ese día en adelante, el valle floreció en armonía gracias a la amistad entre el inusual trío de animales.

Los conejos tenían al lobo como protector contra otros depredadores; el lobo tenía al dragón como aliado en tiempos difíciles; y Fierro disfrutaba de la compañía de sus nuevos amigos. Un día, mientras jugaban juntos en un prado verde, los tres amigos recordaron cómo habían superado sus diferencias y aprendido a valorarse mutuamente por lo que eran.

"-Gracias por enseñarnos que la verdadera fuerza está en la amistad", dijo emocionado el papá conejo. "-Y gracias por demostrarme que puedo ser feliz siendo yo mismo", agregó Fierro con una gran sonrisa en su rostro escamoso.

Así concluyó esta historia sobre un dragoncito feliz que enseñó a todos que no importa cuán diferentes podamos ser exteriormente; lo más importante es encontrar lo bueno en cada uno y aprender a convivir en armonía respetando esas diferencias.

FIN.

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