Una Historia de Ballet



Había una vez en un pequeño pueblo, una niña llamada Alexandra. A Alexandra le encantaba bailar. Desde que tenía memoria, su corazón latía al ritmo de la música. Pero había un problema: en su pueblo no había una escuela de ballet. Alexandra miraba los videos en su celular, copiaba los movimientos de las bailarinas y soñaba con ser una de ellas.

Un día, mientras paseaba por el parque, vio a un grupo de niños practicando ballet en una plaza. Los niños, vestidos con tutús de colores y zapatillas de puntas, le sonrieron y la invitaron a unirse.

"¡Hola! ¿Te gustaría bailar con nosotros?" - preguntó Valentina, una de las niñas más grandes.

"Me encantaría, pero no sé danzar bien..." - respondió Alexandra, un poco tímida.

"No importa, aquí venimos a divertirnos y a aprender juntos" - dijo Tomás, un niño con mucha energía.

Alexandra se animó y se unió a ellos. La música comenzó a sonar, y con cada paso, su alegría crecía. Pero, de repente, notó que algunos de los niños la miraban y cuchicheaban entre ellos. Se sintió un poco incómoda.

"¿Por qué se ríen?" - preguntó Alexandra, sintiéndose insegura.

"No es nada malo. Solo que nunca hemos visto a alguien que no sabe bailar tan bien, pero ¡eso no importa!" - explicó Valentina.

Alexandra sonrió, aunque un poquito triste por dentro. Ella amaba bailar, pero aún le costaba seguir los movimientos. Después de bailar un rato, Valentina se acercó y le dijo:

"Mirá, si querés, podemos enseñarte a bailar. Todos tenemos que empezar de cero alguna vez."

Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Alexandra decidió que no iba a dejar que la inseguridad la detuviera. Entonces se puso su pijama, que era blanco y tenía estampados de mariposas, y empezó a practicar en su habitación con la música de ballet que había encontrado en su celular.

Al día siguiente, volvió a la plaza. Aunque estaba un poco nerviosa, se dio cuenta de que no estaba solita, tenía amigos que iban a ayudarla.

"¡Hola, Alexandra! ¿Listo para aprender?" - saludó Tomás.

"Sí, ¡quiero dar lo mejor de mí!" - respondió con determinación.

Con cada clase, Alexandra fue mejorando. Aprendía a controlar su cuerpo y a disfrutar cada movimiento. No obstante, un día llegó una chica nueva al grupo. Se llamaba Lucía, y era una bailarina extraordinaria.

Mientras los otros niños la admiraban, Alexandra empezó a sentir que su corazón se apretaba.

"Nunca podré bailar como ella..." - murmuró con tristeza.

Pero Valentina, que había escuchado lo que dijo, se acercó:

"Alexandra, cada uno tiene su propio ritmo. Lucía es talentosa, pero eso no significa que tú no lo seas. Mira hacia atrás y ve todo lo que has aprendido."

Alexandra miró a su alrededor y vio a todos sus amigos que habían sido parte de su progreso.

"¿Sabes qué? Tienes razón. Voy a seguir practicando hasta que me sienta muy orgullosa de mí misma" - resolvió.

Así que, con el apoyo de sus amigos, cada día se esforzaba más y disfrutaba del baile con alegría. Lucía, al notar su dedicación, decidió unirse a sus clases.

"Estaría encantada de bailar juntas. Cada una tiene algo especial" - dijo Lucía, sonriendo.

Poco a poco, Alexandra y sus amigos formaron un hermoso grupo de ballet. Presentaron una pequeña obra en el parque, llena de risas y diversión.

"Estoy muy orgullosa de todos ustedes, trabajaron duro y lo lograron juntos" - comentó su maestra, con una gran sonrisa.

El día del espectáculo, Alexandra sentía mariposas en su estómago. Cuando llegó el momento de danzar en el escenario, recordó todas las horas de práctica y el apoyo de sus amigos.

Con una gran sonrisa, comenzó a bailar. Su corazón latía fuerte y la música la envolvió. Se sintió viva y feliz, y al terminar, fue recibida con un fuerte aplauso.

"¡Lo hiciste increíble, Alexandra!" - la felicitaron todos sus amigos al bajar.

"Gracias a ustedes, aprendí que lo importante no es ser la mejor, sino disfrutar y celebrar cada paso del camino" - respondió Alexandra, abrazando a Valentina, Tomás y Lucía.

Y así, en ese pequeño pueblo, Alexandra no solo aprendió a bailar ballet, sino también el valor de la amistad y la importancia de nunca rendirse en sus sueños. Desde ese día, siguió danzando y creando nuevas historias con sus amigos, porque el verdadero ballet está en el corazón.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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