Una Jalea de Sorprendentes Descubrimientos



Era una soleada mañana en el pequeño pueblo de Las Delicias. Tomás, un niño curioso y aventurero, decidió ir a la tienda de Don Ramón para comprar un tarro de su jalea favorita: jalea de frutilla. Con unas monedas que había encontrado en su bolsillo, partió emocionado.

-Soy el rey de la jalea -exclamó Tomás mientras caminaba-. ¡Hoy me voy a dar un gusto delicioso!

Al llegar a la tienda, el aroma de pan recién horneado le llenó los sentidos. Las estanterías estaban repletas de dulces y golosinas, pero su meta era clara. Se acercó al mostrador y pidió su jalea.

-¿Puedo ayudarle, joven? -preguntó Don Ramón con una sonrisa, mostrando sus canas.

-Sí, por favor, un tarro de jalea de frutilla -respondió Tomás entusiasmado.

Mientras Don Ramón buscaba la jalea, un gato rojizo apareció y se acomodó en el mostrador. Tomás se distrajo un instante observándolo.

-¡Mirá ese gato! -dijo Tomás, intentando acariciarlo.

Pero el gato dio un salto y se arrojó contra una bolsa de pan, desparramando unas baguettes por el suelo.

-¡Ay, Gato! -gritó Don Ramón, riendo-. Ese es Miau, siempre se mete donde no debe.

Tomás no pudo evitar reír también mientras ayudaba a recoger el pan.

-No te lo puedo creer -dijo, confundido-. Vine por jalea y estoy recogiendo pan.

-¿Sabés qué? -dijo Don Ramón, un brillo en sus ojos-. El pan de acá es especial, ¡viene con historias!

-¿Historias? -preguntó Tomás, intrigado.

-Así es. Cada baguette tiene una historia de quienes las hornean. Algunos dicen que traen suerte, otros que dan energía para jugar. ¡El pan puede ser tan divertido como la jalea!

Tomás se sorprendió. Nunca había pensado en eso. Al mirar las baguettes, cada una parecía contarle algo con su forma dorada y crujiente. Sintió que el viaje a la tienda se había convertido en algo mucho más emocionante.

-¿Me contás algunas historias? -pidió Tomás.

-Claro -respondió Don Ramón-. Por ejemplo, esta baguette se horneó en una mañana de tormenta. Cuando el pan salió del horno, había un niño en la plaza que sólo quería volar su cometa. Terminó llevándola a su casa para celebrar con su familia y siempre recordarlo como un día especial.

Tomás escuchaba con atención, imaginando lo que pudo haber vivido aquel niño.

-¡Es increíble! Pero apenas tengo dinero. Solo puedo comprar una cosa.

-¿Te gustaría llevar una baguette y un tarro de jalea? -sugerió Don Ramón-. La vida a veces es como una baguette, llena de sorpresas y sabores inesperados. Y la jalea puede transformarla en un festín.

Tomás miró el dinero en su mano. -Pero no creo que tenga suficiente.

-Confía en mí -dijo Don Ramón, guiñando un ojo y mostrando su calidez-. La vida siempre tiene espacio para un extra.

Tomás sonrió y, después de pensarlo un segundo, cedería a la tentación. Compró la baguette cremosa junto a su jalea. Salió de la tienda con más que solo comida. Llevaba consigo una bolsa llena de historias y descubrimientos.

-¿Sabés qué? -le dijo a Miau, que lo había seguido fuera de la tienda-. Vos también sos parte de esto. ¡Este va a ser un día grandioso!

Y así, con una baguette, jalea y el espíritu aventurero dentro de él, Tomás se fue a casa. Se dio cuenta de que la curiosidad lo llevó a un mundo nuevo de sabores, historias y amistades inesperadas. Desde aquel día, siempre miraba a su alrededor, porque nunca sabía qué otra sorpresa podría encontrar.

Y así, aprendió que en el camino de la vida, a veces no importa el destino, sino lo que descubres en el viaje.

FIN.

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