una lección de amistad



Había una vez, en un barrio lleno de colores y risas, una niña llamada Ana que había pedido a sus padres tener un perro. Después de muchas súplicas, sus padres finalmente aceptaron y un día trajeron a Max, un cachorrito de pelaje marrón y ojos brillantes.

Los primeros días fueron mágicos. Ana estaba enamorada de Max y lo cuidaba con todo su corazón.

"¡Max, ven aquí!" - gritaba Ana mientras corría con el juguete que más le gustaba.

"Guau, guau!" - respondía Max, corriendo a su lado.

Pasaban horas jugando en el patio y explorando el parque cercano. Ana era muy cariñosa y hasta le leía cuentos antes de dormir.

"Esta es la historia del perrito valiente, como vos, Max" - decía Ana, acariciando su cabeza.

Sin embargo, a medida que los días pasaban, Ana empezó a cambiar. Se volvió más distraída, preocupándose por cosas que antes no le interesaban tanto, como sus compañeros de clase y los nuevos juegos en su tablet.

Un día, mientras Max la miraba con esos ojos llenos de amor, Ana lo ignoró y siguió jugando en la computadora.

"Ana, ¿no vas a jugar conmigo?" - le preguntó Max con un ladrido suave.

Ella apenas lo miró y respondió:

"Ahora no, Max. Tengo que ganar este nivel".

Max sintió un nudo en su corazón, pero decidió no rendirse. Al siguiente día, intentó llamar la atención de Ana jugando con su pelota.

"¡Mirá, Ana! ¡Juguete nuevo!" - ladró Max, saltando de alegría.

Pero Ana ni se movió.

"No puedo, Max. Estoy ocupada".

Los días se convirtieron en semanas, y Ana pasa menos tiempo con Max. A veces podía oírlo aullar en el patio o rozándose contra la puerta, pero no la motivaba a salir. Pero en uno de esos días, algo inesperado sucedió.

Ana se sentó en la cocina y comenzó a llorar sin saber muy bien por qué. De pronto, sintió una suave cabeza apoyada en su pierna. Era Max, que la miraba con ojos tiernos, lleno de preocupación.

"¿Qué te pasa, Ana?" - parecía preguntar su mirada.

Ana se agachó y abrazó a Max.

"No sé, Max. Solo me siento sola, pero no sé cómo explicarlo. He estado tan distraída..."

Max movió la cola, como si supiera que necesitaba su cariño. Esa noche, Ana decidió dar un giro a su rutina. En lugar de jugar sola frente a la pantalla, se comprometió a compartir más tiempo con Max.

"Lo siento, Max. Prometo jugar contigo más seguido".

A partir de ese día, Ana puso su teléfono afuera y se dedicó a conocer de nuevo a su mejor amigo. Jugaron a la pelota, corrieron en el parque y exploraron juntos cada rincón del barrio. Ana incluso empezó a invitar a sus amigos a jugar con ella y Max, así todos podían compartir la alegría del perro.

"¡Mirá todos los trucos que puede hacer!" - decía Ana, riendo y aplaudiendo cuando Max se sentaba, rodaba o hacía palanca a su lado.

"¡Guau, Ana, es un genio!" - respondió uno de sus amigos, entusiasmado.

Los días empezaron a brillar nuevamente, y lo mejor de todo es que Ana comprendió la importancia de cultivar su amistad con Max.

"Nunca más te dejaré solo, compañero. Eres parte de mi familia" - le dijo Ana mientras le daba un abrazo fuerte.

Y así, Ana y Max vivieron felices, aprendiendo que, aunque la vida se complique a veces, siempre podemos encontrar tiempo para aquellos que amamos.

Al final, Ana entendió que la amistad necesita de dedicación y amor. Max, su fiel compañero, siempre estaría ahí, pero era su responsabilidad no olvidarlo y siempre valorarlo.

FIN.

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