Una lección de amistad



En la tranquila selva de Selvaluna, todos los animales vivían en armonía. Había un león llamado Leo, el rey de la selva, que siempre era considerado como el más fuerte y rápido de todos. Sin embargo, a veces se dejaba llevar por su orgullo. También vivía en esa selva una tortuga llamada Tula, que era conocida por su sabiduría y paciencia.

Un día, mientras Leo paseaba por la selva, se encontró con Tula justo al borde del arroyo.

"¡Hola, Tula! ¿Por qué siempre vas tan despacio? ¡El mundo es tan emocionante!" - dijo Leo, desafiando a la tortuga.

"Hola, Leo. Cada uno tiene su propio ritmo. Además, prefiero disfrutar del camino y aprender de las cosas pequeñas que hay en él" - respondió Tula con una sonrisa.

Leo se rió.

"¡Eso es un buen cuento! ¡Vamos a hacer una carrera! Te apuesto a que no puedes alcanzarme ni en un millón de años" - exclamó Leo, divertido.

Tula lo miró, pensativa.

"Está bien, acepto la carrera, pero quiero que sea una carrera justa y con reglas" - dijo Tula.

Leo, sin dudar, aceptó. Ambos decidieron que la carrera comenzaría al amanecer del día siguiente, y el recorrido sería de un extremo de la selva al otro.

Al amanecer, todos los animales de la selva se reunieron para ver la carrera. Leo se sentía confiado, mientras que Tula, aunque un poco nerviosa, respiró hondo y sonrió.

"¿Listos? En 3, 2, 1... ¡Corran!" - gritó una ardilla que hacía de juez.

Los dos salieron disparados, Leo veloz como un rayo, mientras que Tula avanzaba lentamente pero con determinación.

A medida que Leo iba rápido, empezó a mirar hacia atrás y ver a Tula aún lejos.

"¡Es tan lenta! No tengo que preocuparme" - se dijo a sí mismo. Entonces, decidió hacer una pausa y descansar un poco bajo un árbol.

Después de un rato, se quedó dormido relajadamente, soñando con cómo sería ser el rey indiscutido de la selva.

Mientras tanto, Tula continuó su marcha, paso a paso, disfrutando del canto de las aves y de las flores que le rodeaban.

Cuando Leo se despertó, el sol ya estaba bien arriba.

"¿Qué? ¿Cómo pude dormirme?" - exclamó Leo, mirando alrededor y dando un pequeño salto.

Miró hacia adelante y no vio a Tula. Con una sonrisa arrogante, pensó:

"No hay problema. Seguiré corriendo y ganaré sin esfuerzo".

Sin embargo, mientras corría, Leo notó que el camino estaba lleno de obstáculos, y tuvo que saltar sobre ramas caídas y cruzar arroyos. Esto lo retrasó un poco.

Por su parte, Tula seguía avanzando, sorteando todo con calma, avanzando con determinación y sin prisa.

Finalmente, Leo llegó a la meta, pero para su sorpresa, vio que Tula ya estaba allí, esperándolo, con una gran sonrisa en su rostro.

"¡Lo logré! ¡Te gané!" - exclamó Tula.

Leo, con la cabeza gacha, dijo:

"No puedo creerlo. Pensé que era el más rápido".

Tula se acercó y dijo:

"No se trata solo de ser rápido, Leo. Se trata de ser constante y creer en uno mismo. Cada uno tiene sus propias capacidades. Aprendí a disfrutar del camino, y eso me ayudó".

Leo sonrió, dándose cuenta de que había aprendido una valiosa lección de humildad.

"Tienes razón, Tula. A veces me dejo llevar por ser el más fuerte y rápido. La próxima vez, voy a disfrutar la carrera como vos".

Desde ese día, Leo y Tula se hicieron grandes amigos. Aprendieron el uno del otro, combinando la rapidez de Leo con la paciencia de Tula. Juntos, se convirtieron en los mejores exploradores de la selva, descubriendo la belleza de la vida a su manera.

Y así, en la selva de Selvaluna, el león y la tortuga demostraron que la verdadera fuerza y amistad vienen de la aceptación y el respeto por las diferencias del otro.

FIN.

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