Una lección de amistad



Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Ratón, un gato muy curioso y travieso llamado Ñao.

Ñao era conocido por ser el mejor cazador de ratones del lugar, siempre estaba al acecho y listo para atrapar a su presa. Un día soleado, mientras Ñao se encontraba descansando bajo la sombra de un árbol, vio pasar a un ratón muy astuto llamado Roque.

El ratón Roque era famoso por escapar de todos los gatos del pueblo, pero esta vez parecía despistado y no se dio cuenta de que Ñao lo había visto. Ñao no pudo resistir la tentación y decidió perseguir al ratón Roque por todo el pueblo.

Corrieron entre las calles estrechas, saltaron sobre los techos de las casas y pasaron por debajo de los arbustos. El ratón Roque era veloz, pero Ñao era más astuto y estaba decidido a atraparlo.

Finalmente, después de una larga persecución, el ratón Roque logró esconderse en un agujero en el suelo justo a tiempo antes de que Ñao lo alcanzara. El gato Ñao se quedó mirando fijamente el agujero con frustración, sabiendo que esta vez el ratón se le había escapado.

"¡Ja ja! ¡No puedes atraparme, gatito!", dijo burlonamente el ratón Roque desde dentro del agujero. Pero en ese momento ocurrió algo inesperado. Un perro callejero llamado Rufus pasaba por ahí y escuchó la conversación entre Ñao y Roque.

Rufus no soportaba ver a los animales pelearse entre sí y decidió intervenir. "¿Por qué no intentan llevarse bien en lugar de estar siempre persiguiéndose?", sugirió Rufus con amabilidad. Tanto Ñao como Roque se quedaron pensativos ante las palabras del perro Rufus.

Se miraron mutuamente y luego asintieron con la cabeza en señal de acuerdo. Desde ese día, el gato Ñao dejó de perseguir al ratón Roque y comenzaron a convivir pacíficamente en Villa Ratón.

Aprendieron a respetarse mutuamente e incluso se volvieron amigos inseparables. La noticia sobre la extraña amistad entre un gato y un ratón se extendió rápidamente por todo el pueblo, sorprendiendo a todos los habitantes.

Desde entonces, los animales aprendieron que la tolerancia y la amistad pueden superar cualquier diferencia o rivalidad. Y así fue como el gato Ñao aprendió una valiosa lección: que no siempre es necesario cazar para ser feliz; a veces basta con compartir momentos especiales junto a quienes menos esperamos.

FIN.

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