Una Lección de Amor y Aceptación
Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Monstrulandia, cuatro amiguitos monstruos: Pepe, Luchi, Coco y Kuko. Cada uno de ellos tenía una cualidad especial que los hacía únicos. Pepe era el más inteligente de todos.
Siempre estaba leyendo libros y buscando respuestas a todas sus preguntas. Luchi, en cambio, era muy tímido. Le costaba mucho relacionarse con los demás y siempre se escondía detrás de su capa para no ser visto.
Coco era el más gracioso del grupo. Siempre hacía chistes y payasadas para hacer reír a sus amigos. Por último, estaba Kuko. A simple vista, parecía dar mucho miedo por su apariencia espeluznante con sus colmillos afilados y ojos rojos brillantes.
Pero en realidad, Kuko era muy tierno y sensible. Los cuatro amiguitos vivían felices juntos en Monstrulandia hasta que llegó el momento de ir al colegio.
Sin embargo, cuando llegaron al colegio humano donde todos los niños iban a estudiar, se encontraron con un gran problema: no los aceptaban por ser diferentes. "¡No queremos monstruos aquí! ¡Váyanse!", les gritaban los niños mientras corrían asustados.
Los amiguitos monstruos se sintieron tristes y desilusionados por no poder disfrutar de la escuela como cualquier otro niño. Pero entonces apareció la maestra Doris, una mujer amable y comprensiva que había escuchado todo desde su salón de clases.
Doris sabía lo importante que era aceptar a las personas tal como son sin juzgarlas por su apariencia. Decidió que los amiguitos monstruos merecían una oportunidad y les ofreció un lugar en su salón de clases.
Los demás niños se sorprendieron al ver a los monstruos entrar al colegio, pero Doris les explicó que todos somos diferentes y eso es lo que nos hace especiales. Les enseñó a los niños a conocer a Pepe, Luchi, Coco y Kuko antes de juzgarlos.
A medida que pasaban los días, Pepe demostraba su inteligencia ayudando a sus compañeros con las tareas escolares. Luchi comenzó a perder la timidez y compartir sus ideas con confianza. Coco hizo reír a todos con sus ocurrencias divertidas.
Y Kuko, aunque asustaba un poco al principio, mostró su lado tierno cuidando de las plantas del colegio. Poco a poco, los demás niños comenzaron a darse cuenta de lo maravillosos que eran los amiguitos monstruos.
Se dieron cuenta de que no debían juzgar por las apariencias sino conocer a las personas primero para poder quererlas. El colegio se convirtió en un lugar donde todos eran aceptados sin importar cómo lucieran o qué habilidades tuvieran.
Los amiguitos monstruos se volvieron muy populares entre sus compañeros y formaron amistades duraderas. Y así fue como Pepe, Luchi, Coco y Kuko demostraron al mundo que no importa cuán diferentes seamos, siempre hay algo especial en cada uno de nosotros para ser valorado y querido.
Desde aquel día, Monstrulandia se convirtió en un lugar lleno de amor y respeto, donde todos los monstruos y humanos convivían en armonía.
Y todo gracias a la gran amiga, la maestra Doris, quien enseñó a todos que primero debes conocer a alguien para quererlo de verdad.
FIN.