Una niña que amaba el día



Había una vez una niña llamada Lola que amaba el día más que nada en el mundo. Desde que el sol asomaba por el horizonte, ella saltaba de la cama y corría a la ventana a saludar a la luz dorada que entraba en su habitación. Su papá siempre le decía: "Lola, el día es un lienzo, y tú eres la artista. Píntalo con tus sueños y aventuras."

Los días de Lola estaban llenos de colores, juegos y risas. Le encantaba visitar el parque, donde podía correr, jugar con sus amigos y sentir la brisa fresca en su rostro. Sin embargo, un día, mientras jugaba con sus amigos, se dieron cuenta de que había sombras en el parque, sombras de gran tamaño que cubrían las flores y los árboles.

"¿Qué será eso?", preguntó Lola.

"No tengo idea", respondió su amiga Clara.

"Vamos a averiguarlo", dijo Mateo, animado.

Los tres amigos decidieron investigar. Mientras se acercaban a las sombras, se dieron cuenta que eran enormes nubes oscuras que estaban bloqueando el sol.

"¿Por qué están aquí? El día debería ser soltando luz y alegría“, exclamó Lola, con su corazón aventurero.

Las nubes, al escucharlas, empezaron a hablar.

"Nosotros venimos de una tierra lejana donde las personas están tristes y no saben cómo disfrutar de la luz. Vinimos a buscar ayuda, pero no sabemos cómo encontrarla", dijeron las nubes con voz melancólica.

"¡Nosotros podemos ayudar!", gritó Lola.

"¡Sí! », se sumó Clara. «Podemos enseñarlas a disfrutar del día y del sol!"

"¿Pero cómo haremos eso?", preguntó Mateo, mirando con curiosidad a las nubes.

Lola pensó durante un minuto y luego sonrió.

"¡Hagamos un festival del día! Invitaremos a todas las criaturas del parque y les enseñaremos lo maravilloso que es vivir bajo el sol."

Las nubes miraron a los niños con sorpresa.

"¿Un festival? Pero, ¿cómo podemos hacer que el sol regrese?"

"Deja que nos encarguemos de eso", dijo Lola con determinación. Así que empezaron a invitar a todos los amigos del parque: ardillas, pájaros y hasta a las flores. Todos se unieron al plan.

El gran día del festival llegó, y Lola había decorado todo con colores brillantes, globos y banderines. Amanda, una mariquita amiga, comenzó a cantar mientras todos los demás se unían en una danza alegre.

Las nubes, intrigadas por el bullicio y la alegría, se fueron acercando. Cuando vieron a todos disfrutando del sol, comenzaron a recordar cómo había sido su vida antes de volverse grises. **De repente**, la luz del sol empezó a romper las nubes, y todos comenzaron a bailar y reír.

Lola, sin pensarlo, levantó su voz:

"¡Vengan a bailar con nosotros! El día es para celebrar, ¡no para estar tristes!"

Las nubes titubearon un poco, pero pronto comenzaron a cambiar su color, de gris a blanco esponjoso.

"Nunca habíamos visto algo así... ¡esto es maravilloso!" dijeron emocionadas.

Con cada rayo de sol que se abría paso entre ellas, las nubes comenzaron a reír y a recordar lo alegre que era iluminar la tierra.

"¡Ahora entendemos! El día es un regalo, y nos encanta poder ser parte de él", dijeron.

Finalmente, las nubes se desvanecieron poco a poco, dejando que el sol brillara en todo su esplendor.

"Gracias, Lola, por recordarnos lo importante que es disfrutar cada día", dijeron las nubes ya transformadas en suaves rayos de luz.

Desde ese día en adelante, las nubes nunca más dejaron de sonreír y cada vez que el sol brillaba, sabían que también formaban parte de esa alegría.

Y así, Lola continuó amando el día, llenándolo de cuentos y aventuras mientras compartía su brillo y positividad con todos, incluyendo a las nubes.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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