Una Sirena Enamorada



Érase una vez, en el fondo del océano, una hermosa sirena llamada Marina. Ella tenía el cabello largo y brillante como algas marinas y una voz tan melodiosa que hasta las ballenas se detenían a escucharla. Sin embargo, había algo que le faltaba a su vida: un amigo.

Marina pasaba sus días nadando entre coloridos corales y jugando con los peces, pero siempre sentía una pequeña tristeza en su corazón. Su mejor amiga, una tortuga llamada Tula, le decía:

"Marina, ¿por qué no subís a la superficie un rato y conocés a otros seres de la tierra? A lo mejor encontrás a alguien especial".

Un día, decidida a encontrar la alegría que le faltaba, Marina subió a la superficie. Mientras flotaba entre las olas, vio a un niño, Tomás, que estaba construyendo un castillo de arena en la playa. Fascinada, se acercó un poco más. Pero cuando Tomás vio su cola brillante, se asustó y corrió gritando:

"¡Mamá, hay un monstruo en el agua!".

Marina se sintió muy triste al darse cuenta de que su apariencia había asustado a Tomás. Así que decidió no volver arriba. Pero cada día miraba desde el fondo del océano, deseando poder ser amiga de él.

Pasaron los días y, aunque la idea de Tomás no salía de su cabeza, Marina se sintió cada vez más solitaria. Tula, preocupada, le dijo:

"Marina, no podés rendirte. Tal vez debas mostrarle que no sos un monstruo".

Con un poco de emoción y mucha valentía, Marina decidió que regresaría a la superficie. Pero antes de hacerlo, comenzó a practicar unas canciones para que Tomás la escuchara y viera que era un ser amigable.

Volvió a la playa una tarde y, mientras Tomás jugaba, comenzó a cantar una dulce melodía. El sonido era tan encantador que Tomás dejó de construir su castillo y miró hacia el mar. Al ver a la sirena, se quedó boquiabierto, pero esta vez no huyó. Se acercó un poco más.

"¡Hola! Soy Marina. No soy un monstruo, soy una sirena".

Tomás, con miedo pero también curioso, le respondió:

"Hola... Marina. Nunca había visto a una sirena antes. Me gustan tu canto y tu cola."

Marina sonrió, y así comenzaron a hablar. Pasaron horas conversando, riéndose y compartiendo historias. Tomás le contó sobre la vida en la playa, y Marina le habló de los secretos del océano.

Con el paso de los días, la amistad entre Tomás y Marina se hizo más fuerte. Pero un día, un viento fuerte comenzó a soplar, y las olas se alzaron. Tomás quiso jugar en el mar, pero Marina le advirtió:

"Es peligroso. ¡No hay que meterse!".

Pero él, emocionado, se lanzó al agua y rápidamente fue arrastrado por una ola. Marina, aterrorizada, nadó hacia él.

"¡Tomás! ¡Agárrate de mi mano!" gritó Marina. Juntos, pelearon contra las corrientes y, con mucho esfuerzo, lograron volver a la orilla.

Una vez en la playa, Tomás estaba aterrado.

"Gracias, Marina. Me salvaste. Prometo no volver a entrar al agua sin que me lo digas".

Marina, con una mezcla de alegría y alivio, se dio cuenta de que había encontrado no solo un amigo, sino también alguien a quien le importaba.

Con el tiempo, Marina y Tomás aprendieron a cuidarse mutuamente. La sirena enseñó al niño a respetar el mar, y él la ayudó a entender el mundo de la superficie. Gracias a su amistad, ambos descubrieron que las diferencias son solo una parte de lo que nos hace únicos y especiales.

Marina nunca más sintió soledad, y prometieron que siempre estarían el uno para el otro, a pesar de las olas que podrían separarlos.

Y así, entre cantos y risas, la sirena y el niño continuaron explorando sus mundos, cada uno aprendiendo del otro. Desde entonces, en la playa y en el océano, se contó la historia de la sirena enamorada de la amistad, mostrando que el amor y la comprensión pueden vencer cualquier miedo. Fin.

FIN.

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