Unidos en la Diversidad
Había una vez, en una colorida escuela primaria de Buenos Aires, cuatro amigos: Chuy, Darío, Braulio y Emilio. Todos eran distintos, pero de alguna manera, sus diferencias los mantenían unidos. Sin embargo, había un pequeño problema: Braulio y Emilio no se llevaban bien.
Un día, mientras jugaban en el recreo, Chuy y Darío se dieron cuenta de que Braulio y Emilio estaban en los extremos opuestos del patio, con caras de enojo, y apenas se miraban.
"¿Por qué no juegan juntos?" - preguntó Chuy, preocupado.
Darío suspiró y respondió:
"Desde la semana pasada, se pelearon por un juego de cartas. Desde entonces, no se hablan. Esto no puede seguir así."
"Debemos hacer algo para que se reconcilien", sugirió Chuy, con una chispa de inspiración en sus ojos.
Los dos amigos comenzaron a pensar en un plan. Decidieron organizar un torneo de juegos donde Braulio y Emilio pudieran competir juntos en equipos. Se acercaron a ellos para explicar la idea:
"Chicos, ¿qué les parece si organizamos un torneo?" - propuso Darío.
Braulio se cruzó de brazos y respondió:
"No tengo ganas de jugar con Emilio".
"Pero esta es una oportunidad para demostrar que pueden trabajar en equipo" - intervino Chuy, con entusiasmo. "Además, habrá premios y muchas risas. ¡Va a ser divertido!".
Emilio, que escuchaba desde un rincón, se animó un poco:
"¿Y si no me gusta lo que hace Braulio?" - dijo con desconfianza.
"Pero si no intentás, nunca vas a saber", argumentó Darío. "Además, este torneo podría ser el momento perfecto para dejar atrás lo que pasó".
Finalmente, después de mucha conversación y persuasión, Braulio y Emilio aceptaron participar. Chuy y Darío estaban tan felices que comenzaron a preparar una gran alfombra de juegos en el patio.
El día del torneo, los cuatro amigos se reunieron antes de que comenzara. Todos los alumnos del aula llegaron para ser testigos del evento. Chuy, como maestro de ceremonias, comenzó a presentar las actividades:
"Primero tendremos el juego de las sillas, luego pasaremos a la carrera de sacos, y cerraremos con el juego de la búsqueda del tesoro!".
Braulio y Emilio fueron emparejados para el primer juego, pero al principio no era fácil. Se gritaban cosas y parecía que la tensión iba en aumento.
"¡No me empujes!" - gritó Braulio.
"¡Sólo estoy tratando de ganar!" - respondió Emilio, frustrado.
Chuy y Darío miraban con ansiedad, pero decidieron darles espacio.
Después de algunas rondas, algo empezó a cambiar. En la búsqueda del tesoro, Emilio tuvo una idea brillante y Braulio se la compartió. Juntos empezaron a cooperar, a respetar las ideas del otro y a darse cuenta de que eran mejores juntos.
Al final del torneo, mientras el sol comenzaba a esconderse, Chuy y Darío anunciaron a los ganadores del torneo.
"Y el equipo campeón es... ¡Braulio y Emilio!" - exclamó Darío, mientras todos aplaudían con alegría.
Los dos chicos se miraron con sorpresa, y luego comenzaron a sonreír.
"No fue tan malo, después de todo" - dijo Braulio.
"Sí, me divertí mucho. Tal vez no sea tan difícil jugar contigo" - respondió Emilio, tendiéndole la mano.
Ese gesto rompió el hielo y, al final del día, todos decidieron ir a jugar a la plaza después de clases. Chuy y Darío estaban contentos de haber logrado unir a sus amigos.
Al despedirse, Emilio miró a Braulio y dijo:
"¿Podemos jugar juntos otra vez?".
"Claro, pero sólo si prometés no sospechar de mis estrategias" - bromeó Braulio, sonriendo.
Desde ese día, la amistad entre los cuatro se hizo más fuerte, y aprendieron que aunque a veces las diferencias nos separan, el respeto y la comunicación pueden unirnos de formas que nunca imaginamos.
Y así, en esa escuela primaria de Buenos Aires, Chuy, Darío, Braulio y Emilio vivieron aventuras inolvidables, sabiendo que la verdadera amistad se construye con paciencia, risas y un poquito de juego.
FIN.