Unidos por el amor



Había una vez una niña llamada Mia, que tenía 8 años y estaba en tercer grado de la escuela. A Mia le encantaba practicar taekwondo, aprender música y percusión, así como disfrutar de paseos en bicicleta y skate.

Un día, al regresar de la escuela, Mia se encontró con su hermanito menor, Lucas, quien tenía tres años. Lucas era un niño muy travieso que siempre estaba metiéndose en problemas y molestando a Mia.

"¡Mia! ¡Mia! ¡Quiero jugar contigo!" -gritaba Lucas mientras corría detrás de su hermana por toda la casa. Mia suspiraba cansada porque Lucas no paraba de seguirla a todas partes y no hacía caso cuando ella le pedía que se calmara.

Un día, mientras practicaba taekwondo en el patio trasero de su casa, Lucas apareció corriendo y tiró sin querer el tambor con el que Mia estaba practicando percusión.

"¡Lucas! ¡Ya es suficiente! Me estás distrayendo todo el tiempo y no puedo concentrarme en mis actividades!" -exclamó Mia frustrada. Lucas bajó la cabeza avergonzado por lo que había hecho y se disculpó con su hermana. Esa noche, antes de dormir, los dos hermanos tuvieron una conversación importante.

"¿Por qué me molestas tanto, Lucas? Yo sé que quieres jugar pero también necesito mi espacio para hacer mis cosas. " -le dijo Mia cariñosamente a su hermanito. Lucas miró a Mia con ojitos tristes y respondió: "Lo siento mucho, Mia. No quería molestarte.

Solo quiero estar cerca tuyo porque te admiro mucho. "Las palabras de Lucas sorprendieron a Mia. Se dio cuenta de que su hermanito solo buscaba pasar tiempo con ella porque la veía como un modelo a seguir.

A partir de ese momento, decidieron establecer horarios para jugar juntos pero también respetar los momentos en los que cada uno necesitaba su espacio. Con el paso del tiempo, Mia y Lucas se convirtieron en los mejores amigos.

Compartían momentos divertidos juntos pero también aprendieron a respetar las actividades individuales de cada uno. La paciencia y comprensión entre los hermanos creció cada día más fortaleciendo su vínculo familiar.

Así, gracias a la comunicación sincera y al amor fraternal, Mia logró encontrar un equilibrio entre sus responsabilidades escolares y sus pasatiempos favoritos junto a su querido hermanito Lucas.

Juntos descubrieron que la clave para una convivencia armoniosa era el respeto mutuo y la empatía hacia las necesidades del otro.

FIN.

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