Unidos por la Amistad
Había una vez, en un tranquilo vecindario de Buenos Aires, un gato llamado Miau y un perro llamado Rufus. Ambos vivían en la misma casa con su querido dueño, el señor Carlos, quien les daba toda su atención. Miau era ágil y curioso, mientras que Rufus era juguetón y soñador.
Un día, el señor Carlos decidió traer un nuevo juguete para sus mascotas. Era una pelota brillante y colorida, que prometía horas de diversión. Cuando Rufus la vio, inmediatamente comenzó a ladrar de felicidad.
"¡Mirá, Miau! ¡Es una pelota! ¡Voy a jugar con ella!" - exclamó Rufus mientras corría hacia el juguete.
Miau, que estaba descansando en su rayo de sol favorito, se levantó al escuchar el alboroto.
"¡Espera, Rufus! ¡Esa pelota es para los dos!" - dijo Miau, tratando de seguir el ritmo de su amigo.
Pero Rufus no lo escuchó. Con un salto, se apoderó de la pelota y comenzó a correr por toda la casa, ladrando de alegría.
"¡Esto es increíble! ¡Estoy en la cima del mundo!" - gritó Rufus mientras giraba y corría.
La diversión del perro hizo que Miau se sintiera un poco celoso.
"¿Y yo? ¿No puedo jugar?" - murmuró Miau, sulfurosamente.
Decidido a recuperar la atención de su dueño, Miau ideó un plan. Se sentó enfrente del sofá, donde el señor Carlos estaba leyendo.
"¡Carlos! ¡Mirá qué hermoso soy!" - dijo Miau, haciendo su mejor pose.
Pero Rufus no estaba dispuesto a dejar que Miau ganara esta vez. Corrió hacia el sofá, moviendo su cola a mil por hora.
"¡Señor Carlos! ¡Mirá cómo salto! ¡Soy el mejor saltador del barrio!" - ladró Rufus, dando brincos.
La competencia entre Miau y Rufus continuó. Se lanzaban miradas desafiantes y hacían trucos cada vez más impresionantes. Pero mientras más peleaban por la atención de su dueño, más se olvidaban de jugar juntos y de disfrutar de la pelota.
El tiempo pasó y, un día, el señor Carlos decidió llevar a Miau y Rufus al parque. Cuando llegaron, Miau se subió a un árbol, mientras Rufus corría tras una ardilla. Todo parecía estar en perfectas condiciones hasta que nadie prestó atención a la pelota.
"¡Mirá, un agujero!" - gritó Rufus mientras cavaba emocionado.
Miau escuchó un ruido extraño. Al bajar del árbol, vio que el agujero era más profundo de lo que esperaba. En un giro inesperado, Rufus cayó en el agujero mientras intentaba alcanzar una hoja que le llamaba la atención.
"¡Rufus! ¡Cuidado!" - gritó Miau, corriendo hacia el agujero con preocupación.
Rufus, asustado, ladraba.
"¡Miau! ¡Ayúdame! No sé cómo salir de aquí!" - suplicó.
En ese momento, Miau se dio cuenta de que su rivalidad no tenía sentido. Se acercó al borde del agujero y miró a Rufus con determinación.
"¡No te preocupes! ¡Voy a ayudarte!" - le dijo Miau.
Con un poco de ingenio, Miau encontró un palo y lo bajó en dirección a Rufus.
"¡Agárrate de aquí! ¡Tira!" - le animó.
Rufus, comprendiendo el plan, tomó el palo con su boca y comenzó a tirar. Miau también ayudó empujando desde arriba, hasta que, finalmente, Rufus logró salir del agujero, todo cubierto de tierra y hojas.
"¡Gracias, Miau! No sé qué haría sin vos" - dijo Rufus, mientras se sacudía de tierra.
"Yo tampoco quiero estar sin un amigo como vos" - respondió Miau, sonriendo.
A partir de ese momento, ambos se dieron cuenta de que era mucho más divertido compartir los momentos y jugar juntos, en vez de pelear por la atención. Se convirtieron en los mejores amigos, disfrutando de la pelota y de todos los juegos del parque.
Y así, Miau y Rufus aprendieron que la amistad es más valiosa que cualquier juguete y que, a veces, un momento de necesidad puede transformar la competencia en colaboración. Viven felices, enseñando a todos en el vecindario que juntos son más fuertes y que la atención se multiplica cuando se comparten las alegrías.
Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.
FIN.