Unidos por siempre


Había una vez una niña llamada Lupita, quien vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas.

Lupita siempre había sido muy curiosa y amable con todos los habitantes del lugar, pero había algo que la diferenciaba: tenía un corazón enorme lleno de compasión. Un día, mientras caminaba por el parque del pueblo, Lupita vio a un niño sentado solo en un banco. El niño parecía triste y desanimado.

Sin pensarlo dos veces, se acercó a él y le preguntó:- Hola, ¿estás bien? - Hola -respondió el niño-, me llamo Tomás. Estoy bien, solo que no puedo jugar con los demás niños porque tengo dificultades para moverme.

Lupita miró detenidamente a Tomás y notó que sus piernas eran más delgadas de lo normal y que tenía problemas para caminar. Sin embargo, eso no disminuyó su entusiasmo por ayudar. - No te preocupes, Tomás -dijo Lupita-. ¡Yo puedo ayudarte! Vamos a hacer muchas cosas juntos.

Desde ese día, Lupita se convirtió en la fiel compañera de Tomás. Juntos exploraron el pueblo y descubrieron lugares maravillosos donde nadie más solía ir.

Aunque Tomás no podía correr como los demás niños, su imaginación volaba alto gracias a las historias inventadas por Lupita. Un día soleado, mientras paseaban cerca del río, escucharon unos chillidos provenientes de un árbol cercano. Ambos levantaron la vista y vieron a un pequeño gatito atrapado en una rama alta.

- ¡Oh no! -exclamó Lupita-. Tenemos que salvarlo, Tomás. Tomás miró hacia arriba y se dio cuenta de que no podía subir al árbol. Pero Lupita no se rindió. Buscó una escalera cercana y la arrastró hasta el árbol.

- ¡Listo! Ahora puedes subir por la escalera y rescatar al gatito -dijo Lupita emocionada. Con mucho esfuerzo, Tomás subió por la escalera y logró liberar al gatito.

Ambos celebraron su hazaña abrazándose mientras el felino jugueteaba alegremente entre ellos. A medida que pasaba el tiempo, Lupita y Tomás se convirtieron en los mejores amigos. Juntos demostraron que la amistad verdadera va más allá de las diferencias físicas o habilidades especiales.

Aprendieron a ver más allá de lo evidente y descubrieron cómo ayudarse mutuamente, sin importar las dificultades que enfrentaban en el camino. Gracias a su valentía e imaginación, Lupita inspiró a otros niños del pueblo para ser más comprensivos con aquellos que tenían discapacidades.

Poco a poco, todos comenzaron a jugar juntos sin importar las limitaciones físicas de cada uno.

Y así fue como Lupita cambió el pequeño pueblo para siempre, mostrando con su ejemplo cómo un acto de amabilidad puede hacer una gran diferencia en la vida de alguien. La historia de Lupita y Tomás recordó a todos que todos somos capaces de ayudarnos unos a otros si nos damos la oportunidad.

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