Uniendo corazones



Había una vez una niña llamada Sofía, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas. Sofía era muy amable y siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás.

Un día, mientras paseaba por el parque con sus amigos Martín y Camila, vieron a un grupo de niños jugando y riendo juntos. Sofía se acercó a ellos para saludarlos y descubrió que eran niños con síndrome de Down.

Quedó fascinada por su alegría y energía, pero también se dio cuenta de que necesitaban algunas cosas especiales para llevar una vida feliz. Al llegar a casa, Sofía le contó emocionada a su mamá sobre los niños del parque. "Mamá, quiero hacer algo especial para ayudarlos", dijo ella.

Su mamá sonrió y le sugirió: "¿Qué tal si vendemos donas para recaudar dinero? Podemos usarlo para comprar juguetes educativos y materiales especiales".

Sofía quedó encantada con la idea y decidió contarle todo a sus amigos Martín y Camila al día siguiente en la escuela. Los tres estaban emocionados por poder ayudar de alguna manera. Los días pasaron rápidamente mientras planeaban su proyecto solidario. Sofía habló con su papá, quien tenía una panadería en el pueblo.

Le explicó lo que querían hacer y él accedió gustoso a donar las donas para la venta.

Así comenzaron los preparativos: hicieron carteles coloridos anunciando la venta de donas, organizaron mesas en el parque principal del pueblo e invitaron a todos los vecinos a apoyar su causa. El día de la venta llegó y el parque se llenó de gente. Sofía, Martín y Camila estaban emocionados y listos para vender todas las donas que pudieran.

La gente se acercaba curiosa a ver qué ofrecían los niños. "¡Donas deliciosas! ¡Ayuda a los niños con síndrome de Down!", gritaban entusiasmados mientras mostraban sus carteles. La noticia comenzó a correr por el pueblo y pronto las donas se agotaron.

Los tres amigos estaban felices por la cantidad de dinero que habían recaudado, pero sabían que necesitaban más para poder ayudar en grande. Fue entonces cuando un hombre mayor llamado Don Ernesto se acercó a ellos.

Tenía una sonrisa amable en su rostro arrugado y les dijo: "He oído hablar sobre lo que están haciendo, chicos. Me gustaría ayudarlos". Los ojos de Sofía brillaron de emoción al escucharlo.

Don Ernesto les contó sobre un concurso de repostería que estaba organizando en el pueblo y les propuso participar como equipo invitado vendiendo donas especiales hechas por él mismo.

Sin dudarlo, los tres amigos aceptaron la oferta y comenzaron a trabajar junto a Don Ernesto en la preparación de las deliciosas donas. Pasaron días enteros practicando recetas nuevas, decorando cada una con mucho amor. Llegó el día del concurso y todos estaban ansiosos por probar las creaciones culinarias del equipo invitado.

Las donas volaron rápidamente desde las mesas hasta las manos hambrientas de los vecinos. Al final del día, el jurado anunció los resultados y para sorpresa de todos, el equipo invitado ganó el primer lugar.

Los aplausos y felicitaciones llenaron el aire mientras Sofía, Martín, Camila y Don Ernesto se abrazaban emocionados. Con el dinero obtenido de la venta de las donas en la competencia, los cuatro amigos pudieron comprar muchos juguetes educativos y materiales especiales para los niños con síndrome de Down.

Además, decidieron organizar talleres semanales en el parque para compartir juegos divertidos y enseñar nuevas habilidades.

El proyecto solidario de Sofía no solo ayudó a los niños con síndrome de Down a tener una vida más feliz, sino que también unió aún más a su pequeño pueblo. Todos aprendieron la importancia de colaborar y apoyarse mutuamente en momentos difíciles. Sofía demostró que incluso siendo pequeños podemos hacer grandes cosas si nos unimos por una buena causa.

Y así fue como ella junto a sus amigos cambiaron vidas con su amor por las donas y su deseo inquebrantable de ayudar a quienes más lo necesitaban.

FIN.

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