Uniendo Diferencias


Había una vez en un tranquilo barrio de la ciudad, un niño llamado Mateo. Desde pequeño, Mateo había sido diagnosticado con autismo, lo que hacía que tuviera dificultades para comunicarse y relacionarse con los demás.

Cuando llegó el momento de empezar la escuela, Mateo estaba emocionado pero también nervioso por lo que encontraría en su nuevo colegio. El primer día de clases, los compañeros de Mateo no entendían por qué era diferente a ellos.

Algunos se burlaban de él y otros simplemente lo ignoraban. Esto entristecía mucho a Mateo, quien anhelaba tener amigos con quienes jugar y compartir buenos momentos.

Un día, mientras estaba sentado solo en el patio del recreo, un niño llamado Tomás se acercó a él con curiosidad. Tomás había observado a Mateo desde lejos y quería saber más sobre él. "Hola, ¿cómo te llamas?", preguntó Tomás con una sonrisa amigable.

Mateo levantó la mirada sorprendido por la atención que estaba recibiendo. "Soy Mateo", respondió tímidamente. "¿Quieres ser mi amigo? Me gustaría conocerte más", dijo Tomás extendiéndole la mano. Mateo no podía creerlo. Nadie se le acercaba de esa manera antes.

Con cautela, estrechó la mano de Tomás y asintió con una tímida sonrisa. A partir de ese día, Tomás y Mateo se volvieron inseparables. Tomás no solo aceptaba las diferencias de Mateo sino que las valoraba y apreciaba.

Juntos descubrieron nuevas formas de comunicarse y jugar que eran divertidas para ambos. Con el tiempo, otros compañeros comenzaron a notar la bonita amistad entre Tomás y Mateo. Algunos se acercaron para conocer mejor a Mateo y pronto descubrieron lo especial que era tenerlo como amigo.

Un día, durante una clase de arte, la maestra propuso hacer un mural colectivo donde cada niño pudiera plasmar sus sueños y deseos.

Cuando llegó el turno de Mateo, todos quedaron maravillados al ver cómo dibujaba con tanto detalle su mundo interior lleno de colores y formas únicas. Los compañeros comprendieron entonces que ser diferente no era algo malo; al contrario, era lo que hacía a cada uno especial e irrepetible.

A partir de ese momento, todos aprendieron a valorar las diferencias y a respetarlas.

Y así fue como la historia de Mateo enseñó a todos en el colegio una gran lección: la importancia de abrirse a los demás sin prejuicios y descubrir la belleza que hay en cada persona más allá de sus diferencias. Desde ese día en adelante, el colegio se convirtió en un lugar donde reinaran la aceptación, el respetuoso interés por los demás ¡y sobre todo! , ¡la verdadera amistad!

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