Unión Monstruosa
Había una vez en la Escuela de los Sustitos, un mounstro nuevo llamado Peludito. Era animal, verde y con grandes ojos amarillos que brillaban como luciérnagas en la oscuridad.
Cuando la profesora Monstruosa lo presentó a su curso, todos se quedaron mirándolo con curiosidad y algo de temor. Peludito se sentía solo y triste. Pasaba los recreos escondido en un rincón del patio, viendo a los demás niños monstruos jugar y reír juntos.
Nadie se acercaba a él, todos parecían tener miedo por su apariencia tan diferente. Pero un día, mientras Peludito observaba melancólicamente el vaivén de un columpio vacío, un niño monstruo llamado Patitas se acercó tímidamente hacia él. "Hola, soy Patitas.
¿Querés jugar conmigo?" -dijo el pequeño monstruo con una sonrisa amable. Peludito no podía creerlo. Nadie nunca antes le había hablado de esa manera tan gentil. Conmovido por la valentía y amabilidad de Patitas, asintió emocionado.
Así comenzó una hermosa amistad entre Peludito y Patitas. Juntos recorrieron el patio de la escuela, compartieron sus meriendas e incluso formaron un equipo imbatible en las competencias deportivas interclases.
Los demás niños monstruos empezaron a notar cómo Peludito ya no estaba solo ni triste. Se sorprendieron al verlo sonreír y disfrutar junto a Patitas y otros compañeros que se sumaron a jugar con él.
La empatía comenzó a florecer en el corazón de todos los niños monstruos gracias al gesto generoso de Patitas al integrar a Peludito sin importar su aspecto diferente. Un día, durante una clase sobre valores en la escuela, la profesora Monstruosa preguntó a sus alumnos qué habían aprendido de esta experiencia.
"Aprendimos que no hay que juzgar a alguien por cómo luce por fuera", dijo uno. "La verdadera amistad no tiene barreras ni prejuicios", agregó otra. "La empatía es ponerse en el lugar del otro para comprenderlo mejor", reflexionó Patitas mirando tiernamente a Peludito.
Desde ese día, Peludito ya no era el mounstro nuevo solitario en la escuela; ahora era parte de una gran familia donde cada uno era valorado por quien realmente era en su interior.
Y así, entre risas y juegos compartidos, los niños monstruos aprendieron que la empatía es un valor fundamental que nos hace mejores seres queridos unos con otros. Y todo gracias al gesto generoso e inclusivo de un pequeño pero gigante corazón como el de Patitas.
FIN.