Valentina y el Jardín de los Miedos



Era una mañana radiante en la que Valentina, una niña de ocho años, se despertó con un nudo en el estómago. La noche anterior, había soñado con un monstruo de sombras que la perseguía en un bosque oscuro. Desde entonces, su mente se llenaba de temores: miedo a la oscuridad, a los ruidos extraños y hasta a las sombras que se proyectaban en las paredes de su habitación.

Su mamá, siempre atenta, la saludó con un abrazo.

"¿Cómo estás, mi amor?" - le preguntó, observando su expresión preocupada.

"No muy bien, mami. Tengo miedo de que me pase algo malo, como en mis sueños" - respondió Valentina con voz temerosa.

"A veces los sueños son solo eso, sueños. Pero si hay algo que estás sintiendo, podemos hablarlo" - sugirió su mamá, sentándose junto a ella.

Valentina se quedó en silencio, añorando la seguridad que le brindaba el abrazo de su mamá. Sin embargo, aunque se sentía mejor, sus miedos seguían presentes.

Ese día, en el colegio, la maestra les presentó a un nuevo compañero: Nico, un niño que acababa de mudarse a la ciudad. Desde el primer momento, Valentina tuvo miedo de hablarle; se sentía insegura. Pero Nico tenía una sonrisa amigable.

"Hola, soy Nico. ¿Querés jugar conmigo en el recreo?" - le preguntó mientras se acercaba a ella.

"Ehm... no sé. ¿Y si no me gusta tu juego?" - respondió Valentina, nerviosa.

"No hay problema. Si no te gusta, podemos inventar algo juntos. La idea es divertirnos, ¿no?" - insistió Nico, con una sonrisa amplia.

Valentina pensó en lo que podía suceder: tal vez podría divertirse, o tal vez se sentiría más asustada. Pero decidió aceptar la invitación. Al finalizar la clase, con las mariposas en el estómago, se acercó a Nico.

"Está bien, juguemos" - dijo finalmente, con una voz apenas audible pero decidida.

En el patio del colegio, valientes como leones, los dos niños empezaron a jugar al fútbol. Valentina, al principio, estaba temerosa de que otros niños se burlaran de ella, pero todo lo contrario.

"¡Sos buenísima en esto!" - gritó Nico tras una buena jugada de Valentina.

"¿De verdad?" - preguntó, sintiéndose un poco más confiada.

"¡Claro! Así cualquiera se anima" - respondió con entusiasmo.

Así fue como, entre risas y pelotazos, Valentina descubrió que el miedo puede desvanecerse cuando uno se enfrenta a sus inseguridades. Los días pasaron, y cada vez que Valentina tenía miedo de algo, hablaba con Nico. Por ejemplo, cuando se apagaban las luces en su casa, ella se sentía nerviosa.

"¿Y si hay un monstruo?" - le dijo a Nico un día.

"Los monstruos no existen. Pero si te asustan las sombras, ¿por qué no hacemos un juego? Se llama 'La batalla de las sombras'" - sugirió Nico, con una chispa en sus ojos.

La idea le pareció divertida a Valentina. Durante la noche, con una linterna en la mano, empezaron a dibujar sombras en la pared.

"¡Mirá! Esa es una sombra gigante que acaba de aparecer!" - gritó Nico, mientras proyectaba su sombra sobre la pared.

"¡Y esa es una sombra de dragón!" - respondió Valentina, riendo.

Así, Valentina aprendió a convertir sus miedos en juegos. Si alguna vez experimentaba un temor, recordaba el sentido de compañerismo con Nico. Juntos, un día decidieron explorar un rincón del jardín de la escuela que siempre le había dado miedo a Valentina: el arbusto espinoso.

"¿Y si hay algo ahí dentro?" - preguntó.

"Si hay algo, lo veremos juntos. Pero no hay nada que temer. Además, somos valientes, ¿no?" - le contestó Nico, afirmando su mano.

Al acercarse, Valentina sintió electricidad en el aire, pero tomó una respiración profunda.

"¿Vamos?" - dijo, sintiendo que su corazón latía rápido.

Ambos se adentraron y descubrieron un pequeño tesoro escondido: un antiguo caracol pintado. Era el objeto más gracioso del mundo. Se echaron a reír y Valentina comprendió que había dejado de tenerle miedo a los rincones oscuros. En cambio, esos eran lugares donde podían encontrar tesoros invalorables.

Con cada aventura, Valentina se volvió más audaz. Conoció el poder de la amistad, la valentía y la alegría de atrevernos a enfrentar nuestros miedos. En una de sus charlas con su mamá, pudo compartir sus experiencias de cómo empezaba a disfrutar cosas que antes le daban miedo.

"Mamá, ahora tengo una caja de miedos que se llenó de cosas que me gustaron" - le dijo con orgullo.

"¿Una caja de miedos?" - preguntó su madre, intrigada.

"Sí, mirá, esto es un recuerdo de mi primer juego de fútbol y esto otro de la batalla de sombras. Y lo más divertido es que ahora me siento más valiente".

Lo que Valentina había aprendido a lo largo del tiempo es que los miedos son solo sombras que podemos llenar de luz y felicidad con acciones positivas. Y aunque a veces volver a sentir miedo es inevitable, lo importante es recordar que siempre podemos encontrar una salida a través de la amistad y la imaginación.

Con el tiempo, Valentina se volvió una niña llena de historias y anécdotas de aventuras. Cada vez que un nuevo miedo la invadía, en vez de correr, lo enfrentaba con un juego nuevo o, en ocasiones, compartiendo una charla con su inseparable amigo Nico.

Así terminó la historia de Valentina, la niña que aprendió a convertir sus temores en momentos de alegría. Los miedos pueden ser espinas, pero también pueden ser bellas flores si tenemos la valentía y la compañía adecuada para enfrentarlos.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!