Valentina y la Felicidad Desbordante
Había una vez un pequeño pueblo llamado Alegría, donde vivían los niños más felices del mundo. En este lugar mágico, todos los días eran de risas y diversión. En Alegría, los niños no tenían preocupaciones ni tristezas.
Jugaban todo el día, sin importarles las responsabilidades o tareas que pudieran tener. Pero había algo que faltaba en sus vidas: la capacidad de apreciar la verdadera felicidad. Un día, llegó al pueblo una niña llamada Valentina.
Era diferente a los demás niños de Alegría porque siempre estaba sonriendo y encontraba alegría en las cosas más simples. Su actitud positiva contagiaba a todos a su alrededor.
Los niños de Alegría se preguntaron cómo era posible que Valentina fuera tan feliz todo el tiempo. Decidieron acercarse a ella para aprender su secreto. "¡Hola Valentina! ¿Cómo haces para estar siempre tan feliz?" -preguntó Martín emocionado.
"Hola chicos, me alegra verlos interesados en mi felicidad" -respondió Valentina con una gran sonrisa-. "El secreto está en encontrar la belleza en cada momento y valorar lo que tenemos". Los niños medios felices escucharon atentamente las palabras de Valentina y decidieron seguir su consejo.
Comenzaron a prestar atención a las cosas pequeñas que antes pasaban desapercibidas: el canto de los pájaros por la mañana, el olor a flores frescas o simplemente el hecho de poder jugar juntos. Con el tiempo, los niños comenzaron a notar cambios en sus vidas.
Se dieron cuenta de que podían encontrar felicidad en cualquier situación, incluso en los momentos difíciles. Aprendieron a ser agradecidos por lo que tenían y a valorar el tiempo que pasaban juntos.
Un día, mientras jugaban en el parque, los niños medios felices se encontraron con un problema. El tobogán estaba roto y no podían jugar en él. En lugar de enfadarse o entristecerse, decidieron buscar una solución.
"¡Chicos! ¿Qué tal si construimos nuestro propio tobogán?" -propuso Valentina. Los demás niños asintieron emocionados y comenzaron a trabajar juntos para crear su propio tobogán. Utilizaron cajas de cartón, maderas viejas y mucha imaginación. Después de algunas horas de trabajo duro, finalmente terminaron su tobogán improvisado.
Los niños medios felices se miraron unos a otros con orgullo y emoción. "¡Vamos chicos! ¡A probar nuestro nuevo tobogán!" -gritó Valentina emocionada.
Uno por uno, los niños medio felices se deslizaron por el tobogán casero con una enorme sonrisa en sus rostros. Se dieron cuenta de que no importaba si tenían las cosas perfectas o nuevas; lo importante era la diversión y la compañía.
Desde ese día, los niños medios felices aprendieron que la verdadera felicidad no depende de las circunstancias externas sino del estado interno. Descubrieron que podían ser felices sin tenerlo todo y que la alegría se encuentra en las pequeñas cosas cotidianas.
Y así fue como Alegría se convirtió en un lugar aún más especial gracias a los niños medios felices. Juntos, aprendieron a valorar la verdadera felicidad y a disfrutar de cada momento con una sonrisa en el rostro.
FIN.