Valle y la Magia de la Calma



En un bonito barrio de Buenos Aires, vivía una niña llamada Valle. Valle era una niña muy buena, a la que le encantaba jugar con sus amigas, siempre compartía sus juguetes y cuidaba de sus mascotas. Sin embargo, a veces, cuando las cosas no salían como a ella le gustaban, Valle se enojaba y tenía rabietas.

Una tarde, Valle estaba jugando en el parque con su mejor amiga, Sofía.

"¡Sofía, es mi turno en el columpio!" -gritó Valle, cuando Sofía decidió columpiarse un poco más.

"Espera un momento, Valle. ¡Voy a saltar un poco más alto!" -respondió Sofía, emocionada.

Valle, sintiéndose frustrada, empezó a juntar sus puños y su cara se tornó roja.

"¡Esto no es justo!" -exclamó Valle, dando un pequeño golpe en el suelo con su pie.

Su mamá, que estaba sentada en una banca cercana, observó y decidió intervenir.

"Valle, ven aquí, por favor" -dijo su mamá con una voz suave.

Valle fue hasta su mamá, cruzando los brazos, claramente molesta.

"¿Qué pasa, mi amor?" -preguntó su mamá.

"¡Sofía no me deja jugar!" -respondió Valle.

Su mamá sonrió y le dijo:

"Entiendo que te sientas así, pero a veces podemos resolver las cosas de una manera diferente. ¿Te gustaría intentar calmarte juntas?"

Valle asintió, aunque aún estaba un poco enojada.

"Voy a enseñarte un truco. Se llama 'la respiración de la tortuga'." -dijo su mamá.

"¿La respiración de la tortuga?" -preguntó Valle, curiosa.

"Sí, cuando nos sentimos molestos, respiramos de una manera especial. Cierra los ojos y respira profundo por la nariz… y luego suelta por la boca como si fueras una tortuga. Vamos a intentarlo juntas. Listo?"

Valle cerró los ojos, y juntas comenzaron a respirar profundamente.

"Inhala... y suelta..."

"Inhala... y suelta..."

Al tercer intento, Valle sintió que su cuerpo se relajaba un poco.

"¿Ves? Es como darle un abrazo a tu corazón. ¿Te sientes mejor?" -preguntó su mamá, sonriendo.

"Un poquito, mamá" -respondió Valle, intentando controlar su enojo.

Decidieron volver al juego, y Sofía, al ver a Valle más calmada, le ofreció su columpio.

"¿Querés jugar juntas?" -dijo Sofía.

"¡Sí! Gracias, Sofía!"

Mientras jugaban, Valle se acordó del truco de la tortuga y lo usó cada vez que se sentía un poco alterada. Unas semanas después, Valle fue a una fiesta de cumpleaños. Allí había un juego que le gustaba mucho, pero decidió dejar que otros niños jugaran primero.

"¿Puedo jugar?" -preguntó Valle cuando terminó el turno de los demás.

"No, todavía no, Valle. No sabes jugar bien. Mejor mirá." -dijo uno de los niños.

Valle sintió que la rabia comenzaba a asomarse. Recordó la respiración de la tortuga y, en lugar de reaccionar, empezó a respirar.

"Inhalo… y suelto…"

Luego, con una sonrisa, se giró hacia su mamá.

"Mamá, ¿te parece que puedo intentarlo nuevamente y mostrarles cómo juego?" -preguntó con confianza.

"Claro que sí, cariño. Estoy segura de que lo harás muy bien!"

Al final, Valle se acercó a los niños y les explicó cómo jugar. Sorprendentemente, todos se unieron a ella y jugaron juntos. Valle se sintió feliz y plena.

Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Valle reflexionó sobre su día.

"¡Mamá! ¡Hoy no me enojé!"

"Estoy muy orgullosa de vos, Valle. Aprender a calmarse es un gran paso. Recuerda que todos podemos enojarnos de vez en cuando, pero lo importante es saber cómo manejarlo" -dijo su mamá mientras le daba un beso de buenas noches.

Valle sonrió y soñó con nuevas aventuras y técnicas para mantener la calma en su corazón.

Y así, Valle, la niña muy buena, aprendió que aunque a veces la rabia puede invadirnos, siempre había un camino hacia la calma y la felicidad.

FIN.

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