Valores Naturales



En lo alto de la cordillera andina, vivían dos amigos inseparables: Manuel y Pedro. Les encantaba explorar juntos los hermosos paisajes naturales que los rodeaban, llenos de montañas imponentes, ríos cristalinos y bosques frondosos.

Una mañana, mientras caminaban por un sendero empinado, Manuel señaló emocionado hacia un árbol frutal cargado de deliciosas tunas. "¡Mira Pedro, qué ricas se ven esas tunas! ¡Deberíamos subir a buscar algunas!", exclamó.

Pedro asintió con entusiasmo y juntos comenzaron a escalar el árbol con cuidado. Sin embargo, cuando estaban a punto de alcanzar las jugosas frutas, una fuerte ráfaga de viento hizo que ambos perdieran el equilibrio y cayeran al suelo.

"¡Ay! ¡Eso estuvo cerca!", exclamó Manuel mientras se levantaba del suelo frotándose la rodilla. "Sí, por poco nos lastimamos", respondió Pedro preocupado. Decidieron descansar un momento para recuperarse del susto.

Fue entonces cuando recordaron las palabras sabias de sus abuelos: "La Pachamama nos provee todo lo que necesitamos si sabemos respetarla". Con esta lección en mente, observaron a su alrededor y notaron un arbusto cercano lleno de moras maduras. Se acercaron con cautela y recogieron algunas para disfrutar juntos.

El sabor dulce de las moras les recordó lo importante que era estar en armonía con la naturaleza. "Quizás no era nuestro momento para las tunas, pero la Pachamama nos dio estas deliciosas moras como regalo", reflexionó Manuel. "Tienes razón, amigo.

Debemos aprender a ser pacientes y agradecidos por todo lo que la tierra nos ofrece", respondió Pedro con una sonrisa.

Llenos de gratitud y renovada energía, Manuel y Pedro continuaron su travesía por la montaña, explorando cada rincón con respeto y admiración por la generosidad de la Pachamama. Al llegar al final del sendero, se despidieron del día con el corazón lleno de alegría y aprendizaje.

Sabían que siempre encontrarían belleza y enseñanzas en cada paso dado en armonía con la naturaleza y las enseñanzas ancestrales transmitidas por sus abuelos.

Y así, entre risas y aventuras compartidas, Manuel y Pedro siguieron explorando juntos los misteriosos caminos de la zona andina, fortaleciendo su amistad al ritmo tranquilo pero constante marcado por los latidos amorosos de la madre tierra.

FIN.

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