Vania y el Duende del Bosque
Era una tarde de verano en un pequeño pueblo de Argentina, donde Vania, una niña curiosa y valiente, decidía aventurarse en el misterioso bosque que bordeaba su casa. Desde que podía recordar, siempre había escuchado historias sobre duendes que habitaban el lugar, pero nunca había visto uno. Sin embargo, esta vez, el deseo de descubrirlo la llevó más allá de los límites que sus padres le habían fijado.
Al adentrarse en el bosque, las sombras de los árboles se alargaban como si quisieran contarle secretos. La brisa susurraba suavemente mientras los pájaros cantaban melodías dulces. Vania sonrió y siguió caminando, disfrutando de cada paso. Pero, de repente, un ruido extraño la hizo detenerse. Procedía de un arbusto cercano.
"¿Quién está ahí?" - preguntó Vania, un poco asustada pero muy decidida.
Ante su pregunta, un pequeño duende con un sombrero verde apareció, dando un salto. Era más pequeño que Vania, con ojos grandes y curiosos.
"¡Soy Tilio, el duende del bosque!" - dijo con una voz juguetona. "¿Qué haces aquí?"
Vania, llena de asombro, respondió:
"Vine a explorar... pero, la verdad, me asustaste un poco."
Tilio se rió a carcajadas.
"¡No quise asustarte! Los duendes no somos monstruos, somos guardianes del bosque. Pero muchas veces, los humanos no nos comprenden y temen a lo que no conocen."
Al escuchar esto, Vania se sintió un poco más tranquila. Se sentó en una piedra y le preguntó:
"¿Por qué te escondías?"
"Porque a veces, la gente no aprecia la belleza del bosque y no entiende que también nosotros tenemos sentimientos. Cuando veía que la gente se adentraba a romper ramas o a hacer ruido, me escondía para proteger mi hogar. Pero, veo que vos sos diferente. Tu curiosidad es especial."
Vania se sintió halagada. Entonces, decidió invitar al duende a mostrarle el bosque.
"¿Te gustaría enseñarme tu hogar?" - preguntó con entusiasmo.
Tilio asintió. Juntos, comenzaron a recorrer el bosque. Tilio le mostró flores que nunca había visto, riachuelos que brillaban como diamantes y árboles que parecían hablar.
"¡Mirá!" - exclamó Tilio, señalando una higuera. "Este árbol guarda historias de hace mil años. Cada hoja tiene un secreto."
Vania se acercó y acarició la corteza del árbol.
"¡Es hermoso!" - susurró. "¿Puedo contarle mis secretos también?"
Tilio sonrió.
"Por supuesto. El bosque siempre escucha. Pero ahora debo mostrarte algo importante. Ven, sígueme."
Llevaron a un claro donde había un círculo de piedras. Muy emocionado, Tilio le explicó:
"Este es el Círculo de la Amistad. Aquí todos los seres del bosque vienen a compartir, a reír y a celebrar. Aquí se celebra el respeto a la naturaleza. Pero algunos duendes se han vuelto muy tristes porque los humanos no nos cuidan."
Vania sintió que un nudo se formaba en su garganta.
"¿Qué puedo hacer yo para ayudar?" - preguntó.
Tilio la miró gratamente.
"Solo necesitamos que hables con tus amigos y tu familia. Diles que deben cuidar el bosque, como si fuera su propio hogar. Cada acción cuenta."
Movida por la alegría de su nueva amistad y su deseo de proteger el bosque, Vania volvió a su hogar con el duende, prometiendo que haría todo lo posible para cuidar la naturaleza.
Al día siguiente, llevó a sus amigos al bosque. Les mostró cada rincón que Tilio le había enseñado, y les explicó la importancia de respetar lo que nos rodea. Aunque al principio mostraron reticencia, al final estaban cautivados.
"Tienen que prometer cuidar el bosque y recoger la basura que encontraran", dijo Vania con determinación.
Sus amigos asintieron. La emoción fue tan contagiosa que incluso los adultos del pueblo empezaron a involucrarse en la protección de su entorno. Vania se sentía muy feliz, porque no sólo había aprendido sobre el bosque, sino que también había enseñado a otros a valorarlo.
Con el tiempo, Vania se convirtió en una verdadera defensora de la naturaleza. Un día, Tilio apareció de nuevo, sonriendo.
"Lo hiciste, Vania. Has cambiado muchas cosas."
"Gracias, Tilio. Pero fue gracias a nuestra amistad y a lo que me enseñaste."
Desde ese día, Vania y Tilio se reunían a menudo, compartiendo risas y aventuras, y recordando que juntos podían lograr un mundo mejor, lleno de respeto por la naturaleza. Vania aprendió que a veces lo desconocido puede asustar, pero con apertura y curiosidad, se pueden encontrar amigos y secretos maravillosos.
Y así, el bosque se llenó de alegría y gratitud, y el duende del bosque nunca volvió a estar triste, porque los niños sabían cuidar y apreciar la belleza que les rodeaba.
FIN.