Vega y el Sueño del Acuapark

Había una vez en Santander, una niña de 8 años llamada Vega. Vega era una aventurera que amaba el baloncesto y soñaba con convertirse en una gran atleta. Además, practicaba judo y gimnasia deportiva, lo que la hacía muy ágil y fuerte. Pero había algo más que le encantaba: tocar la guitarra. A menudo, se sentaba en el jardín de su casa a strumear algunas canciones mientras disfrutaba del aire fresco.

Un día, mientras Vega estaba practicando la guitarra, su madre le dijo:

"¡Vega! Mañana vamos al nuevo acuapark de la ciudad. ¡Es increíble!"

"¡Qué emocionante! ¿Podré llevar mi guitarra y tocar mientras nadamos?" – preguntó Vega con una gran sonrisa.

"Claro, pero no olvides tu traje de baño y tus gafas."

Esa noche, Vega soñó con enormes toboganes de colores, risas y chapoteos en la piscina. Se imaginaba saltando de un lado a otro, compitiendo en el acuapark como si fuera en una competencia de gimnasia.

Al día siguiente, Vega llegó al acuapark, y sus ojos se iluminaron. Había toboganes altísimos, ríos artificiales y piscinas de diferentes profundidades. Corrió hacia la entrada y de repente se encontró con un grupo de niños que estaban jugando baloncesto en una cancha improvisada al aire libre.

"¡Hola! ¿Puedo jugar con ustedes?" – pidió Vega.

"¡Claro! Soy Lucas. Ven, te enseñamos a hacer jugadas!" – respondió uno de los niños.

Vega se unió al juego y demostró sus habilidades. Todos quedaban impresionados con su rapidez y destreza.

"¡Eres muy buena!" – le dijo Sofía, una nena del grupo.

"Gracias. También hago judo y gimnasia. Me encanta aprender cosas nuevas." – contestó Vega, sintiéndose lista para enfrentar cualquier desafío.

Después de tantas jugadas en la cancha, Vega decidió que era momento de explorar el acuapark. Saltó de un tobogán y llegó a una piscina donde varios niños estaban haciendo acrobacias, algunos reían mientras otros competían. Vega recordó sus clases de gimnasia y pensó en lo que podría hacer. Entonces, con mucho espíritu, hizo una voltereta en el aire y cayó al agua.

"¡Guau! ¿Viste eso?" – exclamó Lucas.

"¡Increíble, Vega!" – gritaron otros niños.

Pero la diversión no terminó ahí. Vega escuchó una melodía. Al acercarse, vio a un grupo de adolescentes tocando la guitarra. Intrigada, se les acercó.

"¡Hola! ¿Puedo unirme? También toco la guitarra."

"¡Claro! Arriba, ven a cantar con nosotros," le dijeron.

En medio de risas y música, Vega se sintió en casa. Juntos comenzaron a tocar una canción que todos conocían, y rápidamente se armó una pequeña fiesta. Sin embargo, mientras cantaban, un niño que no había estado jugando se acercó triste.

"Lo siento, no puedo nadar como ustedes... nunca fui al acuapark."

Vega, con su espíritu siempre positivo, decidió ayudarle.

"No te preocupes, voy a enseñarte. Solo tienes que intentarlo, y con práctica, lo harás genial."

"Pero no sé... puede que no sea bueno."

"¿Y si no lo intentas? Nunca sabrás lo mucho que puedes lograr. Vamos!" – dijo Vega mientras llevaba al niño hacia la piscina.

Con un poco de coraje, el niño intentó nadar. Vega le dio consejos y él, poco a poco, se sintió más seguro. Los niños lo animaron y en minutos, ya estaba chapoteando felizmente en el agua.

"¡Gracias, Vega! ¡Qué divertido!" – gritó el niño.

"Ves, solo hay que intentarlo. Y si te caes, te levantas, como en el judo."

Al final del día, mientras todos se divertían, Vega se dio cuenta de que no solo había jugado y aprendido, sino que también había ayudado a otros a disfrutar y sentirse bien consigo mismos. Era una experiencia inolvidable.

De regreso a casa, en el auto, Vega le dijo a su madre:

"Hoy fue el mejor día. Pude hacer amigos, jugar al baloncesto, nadar y ¡hasta tocar la guitarra!"

"Estoy orgullosa de vos, Vega. Eso es lo que importa, no solo ser buena en algo, sino disfrutar y hacer felices a los demás."

"Sí, mamá. Aprendí que la verdadera diversión está en compartir y aprender juntos. ¡No puedo esperar para volver!"

Y así, Vega, con su ilusión, se fue durmiendo esa noche, soñando con nuevas aventuras en el acuapark.

Fin.