Vera, la niña que no creía en los Elfos
En un pequeño pueblo rodeado de bosques encantados, vivía una niña llamada Vera. Tenía unos 8 años, ojos curiosos y una gran cabellera castaña. A pesar de la magia que la rodeaba, Vera era conocida por no creer en los elfos, esos seres que, según contaban los ancianos del lugar, llenaban el bosque con su dulzura y travesuras.
Un día, mientras exploraba el bosque, Vera decidió que iba a demostrar que los elfos no existían. Caminó entre los árboles altos, observando con atención cada rama y cada sombra.
- “Si realmente existen, deberían aparecerse ante mí”, pensó mientras cruzaba un pequeño arroyo.
De repente, escuchó una risa suave como el sonido del viento al pasar por las hojas. Intrigada, decidió seguir el sonido. Al avanzar, se encontró con un claro lleno de flores brillantes y un resplandor extraño.
Y ahí estaban, pequeños elfos danzando alrededor de una fuente de luz resplandeciente. Tenían alas de colores y risas que sonaban como campanillas. Vera, sorprendida, se escondió detrás de un árbol.
- “¡Mirá eso! ¿Te das cuenta que parecen de verdad? ” - susurró a su propio reflejo en el agua, como si le fuera a responder.
Justo en ese momento, una de las elfas, llamada Lira, se dio cuenta de su presencia y se acercó.
- “Hola, humana. ¿Por qué no te unes a nosotros? ” - dijo Lira con una sonrisa.
Vera no sabía qué decir. No quería mostrar miedo, pero tampoco creía lo que estaba viendo.
- “No, gracias. Debe ser un truco. ¡Los elfos no existen! ” - exclamó, cruzándose de brazos.
- “¿De verdad piensas que estamos aquí solo para jugar contigo? ” - preguntó un pequeño elfo llamado Nilo, quien no se daba por vencido. - “Nosotros protegemos este bosque y llenamos de alegría a quienes creen en nosotros.”
Vera decidió que debía hacer algo para comprobar su teoría.
- “Si son reales, ¿pueden hacer que crezca una flor en este lugar seco? ” - retó. Ella sabía que el rincón donde se encontraba estaba seco y donde no había nada que hiciera pensar que podría brotar algo.
Los elfos se miraron entre sí, y Lira asintió.
- “Está bien, pero debes prometer que si lo hacemos, creerás en nosotros” - dijo Lira.
Aunque algo en su corazón hacía que se sintiera feliz por la oportunidad, Vera no quería dar el brazo a torcer tan fácilmente.
- “¡Sólo si lo hacen!
FIN.