Viaje sin fin


Había una vez un niño llamado Alex, a quien le encantaba conversar con su mamá, Lucía. Desde que aprendió a hablar, no paraba de hacer preguntas sobre el mundo que lo rodeaba.

Un día, mientras caminaban por el parque, Alex le preguntó a su mamá:- Mamá, ¿por qué el cielo es azul? Lucía sonrió y le explicó: "El cielo es azul porque la luz del sol se dispersa en las moléculas de aire y hace que veamos ese color.

Es como si fuera un gran océano celeste sobre nosotros". Alex quedó maravillado con la respuesta de su mamá y siguió haciendo más preguntas durante el paseo.

De repente, vieron a lo lejos un globo aerostático y Alex exclamó emocionado:- ¡Mamá, quiero subirme a ese globo! ¿Podemos hacerlo? Lucía rió y le dijo: "No podemos subirnos ahora mismo, pero quién sabe, tal vez algún día podamos hacerlo juntos.

Mientras tanto, podemos aprender más sobre cómo funcionan los globos aerostáticos".

Esa noche, antes de dormir, Alex seguía pensando en el globo aerostático y le preguntó a su mamá:- Mamá, ¿cómo hacen para que un globo vuele tan alto? Lucía se sentó en la cama junto a él y le contó la historia de los hermanos Montgolfier y cómo inventaron el primer globo aerostático en 1783.

Le explicó cómo funciona el principio de los gases calientes siendo más livianos que el aire frío y cómo eso permite que el globo se eleve. Los días pasaban y cada conversación entre Alex y Lucía era una nueva aventura llena de aprendizaje.

Un día lluvioso, mientras miraban caer las gotas desde la ventana, Alex preguntó:- Mamá, ¿de dónde vienen las gotas de lluvia? Lucía sonrió ante la curiosidad insaciable de su hijo e improvisó una pequeña experiencia científica con un vaso con agua caliente para simular cómo se forman las nubes y luego cae la lluvia.

Así pasaron muchos momentos juntos explorando el mundo a través de las conversaciones entre madre e hijo. Y aunque a veces no tenían todas las respuestas, siempre encontraban la manera de descubrir juntos algo nuevo.

Un día soleado en el parque, Alex miró hacia arriba y señalando al sol preguntó:- Mamá, ¿por qué no podemos mirar directamente al sol? Lucía lo abrazó cariñosamente y le respondió: "Porque nuestros ojos son muy sensibles a la luz del sol y podrían dañarse.

Pero podemos ver su reflejo en tantas cosas hermosas a nuestro alrededor". Y así siguieron caminando juntos por la vida, compartiendo conversaciones llenas de sabiduría e inspiración.

Para Alex cada charla con su mamá era como abrir una puerta hacia un universo infinito de conocimiento donde siempre había algo nuevo por descubrir.

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