Vicente en la Tierra de los Zombis



Había una vez, en un tranquilo pueblo llamado Villa Alegría, un niño llamado Vicente. Vicente no era un niño común y corriente, tenía una gran curiosidad y un corazón lleno de valor. Un día, la tranquilidad del pueblo se vio interrumpida por un extraño fenómeno: ¡los zombis habían llegado! Pero no eran unos zombis cualquiera; eran zombis que habían perdido su alegría y necesitaban ayuda para encontrarla de nuevo.

Con su gorra al revés y una mochila llena de cosas útiles, Vicente decidió que debía ayudar a aquellos zombis a recuperar su sonrisa.

"¡Tengo que hacer algo!", pensó Vicente, mirando por la ventana mientras una horda de zombis deambulaba por la plaza.

Vicente armó un plan. Primero, decidió que necesitaba herramientas. Salió corriendo hacia la tienda de su amigo Gabriel.

"¡Gabriel!", gritó Vicente. "¡Necesitamos materiales para ayudar a los zombis!"

"¿Zombis? ¿Y cómo pensás ayudarlos?", preguntó Gabriel, con un poco de miedo.

"Voy a devolverles la alegría, ¡como sea!", respondió Vicente, decidido.

Gabriel, con sus dudas, decidió seguir a Vicente en esta aventura. Juntos, recolectaron globos, muñecos de peluche y pinturas. Vicente pensó que los zombis se sentirían más felices si podían jugar y crear cosas.

Cuando llegaron a la plaza, Vicente se acercó a un zombi que parecía un poco menos aterrador que los demás.

"Hola, zombi!", dijo Vicente con una sonrisa. “¿Te gustaría jugar con nosotros?"

El zombi, que se llamaba Leandro, lo miró con sorpresa.

"¿Jugar? Yo no estoy seguro de cómo se hace eso…", respondió Leandro, mientras sus ojos verdes brillaban.

Vicente no se desanimó.

"Te enseñaré! Hay mucho que explorar y divertirnos juntos", dijo Vicente.

Mientras Vicente y Gabriel comenzaban a inflar globos, más zombis se acercaron, intrigados. Vieron los colores y empezaron a olvidar su tristeza. Vicente decidió organizar un gran festival en el que todos pudieran participar.

"¡Hagamos competencias de volar globos!" sugirió Vicente, salpicando de entusiasmo.

"¡Sí! ¡Y podemos dibujar en las paredes y hacer una exposición de arte!", agregó Gabriel con alegría.

Los zombis estaban cautivados. Poco a poco, Vicente y Gabriel transformaron la plaza y todo comenzó a cobrar vida. Los zombis encontraron su espíritu juguetón y empezaron a participar. ¡Era un caos de risa y pintura!

Sin embargo, cuando creían que la diversión no iba a terminar, un grupo de zombis menos amigables apareció. Eran conocidos como los "Zombis Gruñones". Al ver tanto colorido y alegria, se enfurecieron.

"¡Esto no puede ser! ¡Nosotros no estamos aquí para divertirnos!" gritó su líder, un zombi llamado Rufino.

Vicente, temeroso, pero decidido, se acercó a Rufino.

"¿Por qué no se unen a nosotros? Todos merecen ser felices. ¡La vida es mejor así!"

Rufino se cruzó de brazos.

"No sabemos cómo ser felices!"

Vicente sintió que esa era la clave.

"Con un poco de ayuda, podemos aprender juntos. Ustedes necesitan un poco de alegría en sus corazones, ¡miren!"

Vicente decidió demostrarles cómo jugar. Con paciencia, comenzó a enseñarles algunos juegos y risas comenzaron a brotar entre los zombis más gruñones.

"¡Mirá, Rufino!", dijo Vicente. "¡Se trata de compartir y disfrutar!"

Con cada juego que hacían, Rufino y los demás zombis comenzaron a olvidarse de su enojo. Finalmente, se unieron al festival, y la plaza se convirtió en un lugar mágico donde todos ¡zombis, niños, y adultos se reían juntos!

Al finalizar el festival, Vicente miró a su alrededor, y vio sonrisas de todos, incluyendo a Rufino.

"Hoy, todos hemos aprendido algo importante: la alegría se comparte y nadie deberiá estar solo", dijo Vicente, lleno de orgullo.

Desde ese día, Villa Alegría nunca volvió a ser el mismo. En vez de zombies terroríficos, todos eran amigos que juntos vivían aventuras y protegían su hogar. Vicente se convirtió en el gran salvador: no solo de los zombis, sino de corazones tristes.

Y así, en medio de un apocalipsis zombi, Vicente demostró que la verdadera fuerza reside en la capacidad de hacer reír y unir a las personas, sin importar las circunstancias.

---

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!