Vicente y el Golazo Increíble



Era un soleado domingo en el barrio de Vicente Benjamin Pintos. Vicente, con su camiseta azul y sus zapatillas desgastadas, estaba ansioso por jugar un nuevo partido de fútbol junto a sus amigos del barrio. Los chicos siempre jugaban en la plaza, donde la risa y el balón eran protagonistas de las tardes.

Esa mañana, Vicente se encontraba más emocionado que nunca. "Hoy vamos a ganar, les voy a mostrar cómo se hace!"- decía mientras se estiraba y hacía malabares con el balón. Los demás chicos sonrieron y le hicieron coro: "¡Sí, Vicente! Vamos a ganar!"-.

El partido comenzó a las 10 de la mañana, y los equipos ya estaban definidos: Vicente capitaneaba un equipo con sus amigos Leo, Sofía y Tomás. Por otro lado, estaban Mati, Eliana y Marcos, siempre listos para dar pelea.

Los primeros minutos pasaron rápidos, con el balón de un lado a otro. Vicente estaba decidido a dar su mejor rendimiento. Con una jugada espectacular, dribló a dos rivales y se fue directo hacia la portería. Pero entonces... cuando estaba a punto de tirar, un jugador rival se interpuso. Vicente tropezó y el balón salió volando hacia el cielo.

"¡Ay, no!"- gritó Vicente mientras se caía al suelo. Pero cuando se levantó, se dio cuenta de que el balón había caído justo en los pies de Leo, quien no pudo resistir la tentación. "¡Voy!"- gritó Leo y pateó con todas sus fuerzas.

Sin embargo, el arquero enemigo, un poco más grande y decidido, se lanzó y rechazó el tiro. El balón terminó rebotando hacia Eliana, quien se vio iluminada por la oportunidad. "¡Ahora voy yo!"- exclamó ella.

Con un gran esfuerzo, Eliana lanzó el balón con una excelente técnica. Vicente, que observaba atentamente, estaba a un lado, preparado para hacer un rebote. Pero de repente, el arquero hizo una jugada increíble. "¡Golaso!"- gritaron todos al unísono, asombrados por la habilidad de Eliana.

Vicente sintió una punzada en el estómago, no tanto por haber recibido un gol, sino porque sabía que estaba a punto de recibir una lección. Entonces, pasó algo inesperado. En lugar de enojarse, Vicente comenzó a aplaudir. "¡Eso fue impresionante, Eliana!"-

Eliana sonrió y, con una mirada de complicidad, le dijo: "Gracias, Vicente. Pero ¡no te desanimes! Podemos mejorar juntos."-

La hora siguió avanzando y el partido continuó. Vicente decidió poner en práctica el consejo de Eliana. En lugar de enfocarse en el gol que les habían metido, se concentró en ayudar a su equipo. Comenzó a ofrecer pases en lugar de solo buscar el balón para tirar. Con cada pase, no solo mejoraba el juego, sino que también hacía que todos se sintieran más en equipo.

Poco a poco, Vicente comenzó a disfrutar del juego sin preocuparse por ganar o perder. Disfrutaba el momento con sus amigos, riendo y creando jugadas en conjunto. Jugar al fútbol dejó de ser solo una competición y se transformó en algo divertido.

A medida que el partido se acercaba a su fin, Vicente recibió el balón en el medio del campo. "¡Vamos, Vicente, hacelo!"- gritó Sofía. Miró hacia la portería y recordó todas las veces que había practicado en su casa. Esta vez, en lugar de apurarse, respiró hondo, se centró y tiró con confianza. El balón voló hacia la portería, y ¡gol! El equipo de Vicente estalló en alegría.

El tiempo se detuvo por un momento; todos corrieron abrazando a Vicente y gritando de felicidad. Vicente, con una sonrisa inmensa, comprendió que ganar no siempre era lo que importaba, sino disfrutar, aprender y compartir con amigos era el verdadero golazo.

"Lo hicimos juntos!"- dijo Vicente, mirando a sus amigos. Todos se rieron y se lanzaron a celebrar, haciendo promesas de jugar todos los domingos.

Y así, Vicente Benjamin Pintos no solo aprendió a jugar mejor al fútbol, sino a ser un mejor compañero, y eso, para él, valía un millón de goles. Desde ese día, cada vez que metían un gol, aplaudía al rival y disfrutaba del juego. Nunca olvidaría aquella lección.

Fin.

FIN.

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