Victoria y el Baño Misterioso



Era un soleado día en la ciudad de Buenos Aires, cuando Victoria, una niña de 8 años, estaba jugando en el parque con sus amigos. Siempre atenta y responsable, ella era querida por todos. A Victoria le encantaba ser sociable y hacer nuevos amigos, pero había una cosa que le desagradara mucho: ¡el momento de la ducha!

Cada tarde, al acercarse la hora del baño, Victoria se transformaba en una niña diferente.

"¡No quiero ir a ducharme!" - gritaba, cruzando los brazos con una mueca en su rostro.

"Pero Victoria, es hora de limpiarse y prepararte para la cena" - le decía su mamá, siempre con una dulce sonrisa.

"Pero es tan aburrido y no quiero mojarme" - replicaba Victoria, comenzando a hacer un pequeño drama.

Su mamá, que conocía bien ese temperamento, decidió que era momento de hacer algo diferente. Esa tarde, le propuso un juego.

"Victoria, hoy vamos a convertir la hora del baño en una aventura. ¿Alguna vez quisiste ser una exploradora de un país lejano?" - preguntó.

"No, no me gusta ducharme" - seguía desplegando su resistencia.

"Imaginate que el agua es un río misterioso lleno de tesoros escondidos, y tú eres la valiente exploradora que debe cruzarlo para hallar esas maravillas" - siguió su mamá.

Victoria se quedó pensando un momento, intrigada.

"¿De verdad hay tesoros?" - preguntó, sus ojos brillando con curiosidad.

"¡Claro! Cada vez que te duches, encontrarás algo inesperado. Tal vez una canción que te guste, o una historia que inventemos juntas mientras te lavas" - contestó su mamá, mientras le preparaba su champú favorito.

Finalmente, Victoria aceptó la propuesta y se adentró al baño, donde el agua corría suavemente. Al abrir el grifo, Victoria se imaginó a bordo de una pequeña barca, navegando por el río.

"¡Mamá, mira!" - gritó emocionada, mientras se dejaba caer el agua sobre la cabeza, "Veo una isla mágica, llena de flores y dulces."

"¡Hay que explorarla!" - le respondió su mamá uniéndose al juego.

"Y cuidado con los cocodrilos de jabón que nadan en las aguas misteriosas" - agregó, haciéndose pasar por un cocodrilo.

Victoria comenzó a reírse y, mientras se enjabonaba, en su mente creaba un mapa para llegar a la isla de los dulces. Al terminar la ducha, se sintió como una heroína de su propia historia.

"¡Lo logré! Crucié el río, me enfrenté a los cocodrilos y encontré la isla!" - exclamó, saliéndose del baño con una sonrisa.

Desde ese día, la hora del baño dejó de ser un momento de conflicto. Victoria comenzó a convertirse en exploradora cada tarde, imaginando toda clase de aventuras.

A veces viajaba a selvas llenas de animales, otras veces se encontraba en un espacio cósmico repleto de estrellas y planetas.

A través de sus historias, Victoria aprendió que incluso los momentos que parecen aburridos pueden transformarse en algo divertido y emocionante. Con un poco de creatividad y la orientación de su mamá, cada ducha se convirtió en una nueva aventura.

Así, la pequeña Victoria aprendió la importancia de la higiene, pero, más que eso, descubrió que la actitud con la que enfrentamos las situaciones puede cambiarlas por completo. Desde ese momento, tacañamente se dio cuenta de que nunca estaba sola en sus duelos y que, si se lo proponía, hasta el baño podía ser una maravillosa exploración.

FIN.

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