Victoria y las Olas Mágicas



Victoria era una niña de siete años que adoraba la playa. Solía sentirse muy feliz al ver la arena dorada y escuchar el susurro del mar. Sin embargo, había un pequeño gran obstáculo: le tenía miedo a las olas. Cada vez que las olas rompían en la orilla, su corazón latía más rápido y su valiente espíritu se llenaba de dudas.

Un día, mientras jugaba con un balde y una paleta en la arena, escuchó una voz suave que la llamó.

"Hola, Victoria. ¿Por qué no juegas en el agua?" - preguntó un pequeño pez dorado que saltaba entre las olas.

Victoria se sorprendió. "¿Tú hablas?" - exclamó.

"Sí, claro. Yo soy Dorado, el pez mágico. Pero lo que más me gustaría es que tú no tuvieras miedo de las olas." - dijo el pez con una sonrisa.

"Pero son tan grandes y ruidosas..." - respondió Victoria, mirando con recelo el vaivén del mar.

Dorado nadó un poco más cerca de ella. "Las olas pueden parecer aterradoras, pero si te atreves a acercarte, descubrirás que son juguetonas y divertidas. Son como amigos que quieren jugar contigo. ¡Te prometo que no te harán daño!"

Victoria se sintió intrigada. "¿De verdad?" - preguntó, parpadeando. "¿Cómo puedes estar tan seguro?"

"Porque yo no tengo miedo. Todo lo que tenemos que hacer es un pequeño juego. Ven, sígueme. Te enseñaré cómo bailar con las olas." - invitó Dorado.

La niña miró el agua una vez más, sintiendo un cosquilleo en su estómago. Pero decidió arriesgarse. Con un paso titubeante, se adentró en el agua, aunque solo hasta los tobillos.

Dorado saltó de alegría. "¡Perfecto! Aquí las olas lamiendo tus pies son solo un saludo. Ahora, dale la mano al agua y juega con ellas. ¡Salta cuando vengan!"

Victoria sintió cómo una ola pequeña le rozaba sus pies. Sin pensarlo, levantó sus brazos y saltó.

"¡Uuuh!" - gritó risueña.

Dorado, desde el agua, le dijo: "¡Eso es! ¡Sáltalas!"

Victoria comenzó a saltar y a reír. Con cada ola que se acercaba, sus miedos parecían desvanecerse. Las olas no eran monstruos, eran simplemente parte del juego del mar.

Justo en ese momento, una ola un poco más grande la sorprendió y la mojó de pies a cabeza. En lugar de asustarse, Victoria estalló en risas.

"¡Esto es genial!" - dijo al pez dorado entre risas.

"¡Lo ves! Las olas son como tus risas, a veces son grandes y a veces son pequeñas, pero siempre están ahí para jugar contigo." - dijo Dorado.

Mientras seguían jugando, Victoria se dio cuenta de que cada ola era como un nuevo desafío. Estaba aprendiendo a surfear sobre sus miedos, a disfrutar de esos momentos en los que parecía perder el control, pero que en realidad la estaban llenando de alegría.

"Dorado, ¿podemos hacer esto todos los días?" - preguntó emocionada.

"¡Claro! Siempre estaré aquí para que juegues. Y recuerda, si alguna vez sientes miedo, simplemente piensa en lo divertido que es danzar con las olas. ¡Nunca dejes que el miedo te detenga!" - le respondió el pez dorado.

Desde ese día, Victoria comprendió que las olas no eran algo aterrador, sino compañeros de aventuras. Volvía a la playa cada vez que podía y aunque a veces las olas eran más grandes que otras, ella siempre estaba lista para jugar. Aprendió a surfear sobre sus miedos y a bailar con el mar.

El verano pasó volando, lleno de risas, chapoteos y pasos de baile sobre las olas. Un día, mientras jugaba, le recordó a Dorado lo valiente que se había vuelto. El pez, desde la orilla, brilló con orgullo.

"¡Mirá lo lejos que has llegado! Las olas son solo el comienzo de tus aventuras. ¿Playas, mares, y también nuevas amistades por descubrir? ¡Qué emocionante!"

Victoria sonrió, sintiéndose más grande y llena de valentía. Sin duda, las olas habían sido mágicas, pero la verdadera magia estaba en su interior. Aprendió que al enfrentar sus miedos, podía disfrutar de todo lo que el mundo tenía para ofrecer. Y así, cada vez que escuchaba el rugido del mar, sabía que era una invitación para danzar una vez más.

FIN.

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