Violeta y el Campeonato de los Caballos
Había una vez una niña llamada Violeta que vivía en una cabañita rodeada de hermosas flores que su mamá plantaba. Violeta pasaba horas cuidando de esas flores, hablando con ellas y aprendiendo sobre su cuidado. Su papá tenía muchos animales, pero lo que más amaba eran los caballos. Le encantaba sacarlos a pasear por el campo y darles de comer.
Un día, mientras paseaba con su caballo, el hermoso Tormenta, Violeta escuchó a unos niños jugar cerca de la plaza del pueblo. Se acercó y vio que estaban organizando un Campeonato de Caballos.
- ¡Hola! - saludó Violeta con emoción. - ¿Puedo participar? Me encantaría.
- Claro, pero tienes que inscribirte primero - respondió un niño mayor.
Violeta no tenía idea de lo que implicaba participar. Sin embargo, estaba decidida. Con la ayuda de su papá, se preparó para el campeonato. Juntos, entrenaron por semanas. Aprendió a montar mejor, a cuidar de su caballo, y a comunicarse con él.
El día del campeonato, Violeta estaba muy nerviosa. Al llegar a la plaza, se dio cuenta de que había muchos participantes y algunos eran muy experimentados. Sin embargo, ella sonreía al ver a Tormenta, su fiel amigo. Era un hermoso caballo, fuerte y ágil, que siempre la había acompañado en sus aventuras.
- ¡No te pongas nerviosa, Violeta! - la animó su papá. - Recuerda que lo más importante es disfrutar.
Cuando comenzó la competencia, Violeta hizo su mejor esfuerzo. El primer ejercicio era una carrera de velocidad. Violeta se posicionó junto a los otros competidores y al sonar la campana, salió disparada. Sorprendentemente, Tormenta corrió rápido y en armonía.
Pero cuando estaban en la última vuelta, una piedra hizo tropezar a Tormenta. Violeta sintió miedo, pero recordó lo que su mamá le decía: "Las flores también enfrentan tormentas, pero siempre logran crecer". Así que tomó una profunda respiración y utilizó todo lo que había aprendido para calmar a su caballo.
- ¡Vamos, Tormenta! ¡Confía en nosotros! - gritó Violeta mientras lo guiaba con cuidado.
Tormenta se estabilizó y Violeta logró continuar la carrera, aunque no ganó. Pero lo más importante era que había superado su miedo y había disfrutado el momento. Cuando terminó la carrera, los otros niños se acercaron a felicitarla.
- ¡Hiciste un gran trabajo, Violeta! - dijo una niña de cabello rizado. - Te veré en la próxima competencia.
El evento finalizó con un aplauso general y una entrega de medallas. Violeta no recibió una medalla, pero sí un abrazo de su papá.
- Estoy muy orgulloso de vos, Violeta. Ganaste algo más importante que una medalla, aprendiste a confiar en ti y en tu amigo.
- Gracias, papá - respondió ella sonriendo. - Aprendí que lo importante es disfrutar y nunca rendirse, sin importar el resultado.
Desde ese día, Violeta siguió montando a Tormenta y participando en otros campeonatos. Cada experiencia la llenaba de alegría. Y a su vez, también se convirtió en una gran amiga de los otros niños del pueblo. Juntos, formaron un pequeño club ecuestre y atravesaron muchas aventuras.
Así, Violeta se dio cuenta de que, aunque no siempre ganara, cada pequeño logro y cada amistad valían mucho más que cualquier premio. Y decidió que siempre seguiría cuidando de sus flores y de su querido Tormenta, mientras compartía el amor por los caballos con todos sus nuevos amigos.
FIN.