¡Viva Argentina libre y soberana!


Había una vez en un hermoso pueblo argentino llamado San Martín, donde sus habitantes celebraban con entusiasmo el día de la independencia. En la plaza central, se izaron las banderas celeste y blanca, mientras todos los vecinos se reunían para festejar y recordar la valiente lucha por la libertad y soberanía del país.

Los niños, vestidos con trajes típicos, participaban en un concurso de dibujo, plasmando en papel sus sueños de un país libre y unido. Entre ellos se encontraban Juan y Martina, dos amigos inseparables, cada uno con sus propios sueños y deseos para el futuro de Argentina.

"¡Mira, Martina! Yo quiero ser como San Martín y liderar un ejército para proteger nuestra patria", exclamó Juan mientras coloreaba con entusiasmo su dibujo.

"Y yo, Juan, quiero ser como Belgrano y trabajar por la educación y la igualdad para todos", respondió Martina con determinación.

De repente, un personaje misterioso apareció en la plaza. Era un viejo gaucho, con su sombrero característico y su guitarra al hombro. Se acercó a los niños y les dijo: "Escuchen, pequeños, en cada uno de ustedes vive el espíritu de la libertad y la lucha por la soberanía. Son el futuro de esta hermosa tierra, y cada uno de sus sueños y deseos es un granito de arena en la construcción de una Argentina mejor."

Los niños escucharon atentamente las palabras del gaucho, quien les entregó a cada uno una semilla y les dijo: "Esta semilla representa sus sueños, cuídenla y hagan que crezca fuerte y grande, como el amor por su patria."

Los días pasaron, y Juan y Martina regaron y cuidaron sus semillas con amor y dedicación. Pronto, en la plaza, brotaron dos hermosos árboles: uno con hojas color celeste y otro con hojas color blanco. Los habitantes del pueblo, maravillados, llamaron a los árboles —"libertad"  y "soberanía", en honor a los sueños de los dos pequeños.

Desde ese día, cada 9 de julio, los niños y los adultos se reunían alrededor de los árboles para recordar la importancia de la independencia y renovar su compromiso con la libertad y la soberanía de Argentina.

Y así, San Martín se convirtió en un símbolo de esperanza y lucha, donde la semilla plantada en cada corazón se convertía en un árbol que fortalecía los cimientos de un país unido y libre.

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